El concepto de representación
Cualquier sistema político existente es una interpretación del orden del mundo, bien sea de forma divinizada o bien a través de un razonamiento lógico que irá configurando una realidad a la que no es posible acceder completamente. Por ello, el concepto de representación es un razonamiento lógico de las democracias liberales.
Congreso de los diputados, España
La democracia en la mayoría de las ocasiones es entendida como un significado literal de la palabra, demo(s)- y -cracia, como el poder del pueblo, el poder del que dispone una comunidad para gobernarse a sí misma. Y fue lo que ocurrió en el origen, en la formación de la teoría política en la antigua Grecia, donde la participación política estaba mínimamente racionalizada y donde se ponía en funcionamiento la forma más genuina de la palabra, la democracia directa.
Cualquier sistema político existente es una interpretación del orden del mundo, bien sea de forma divinizada o bien a través de un razonamiento lógico que irá configurando una realidad a la que no es posible acceder completamente. La forma en la que los seres humanos interpretamos la realidad es lo que determinará de qué manera configuraremos un sistema político para relacionarnos con ella. A un Todo tan abstracto y difuso no se puede acceder de forma infalible. ¿O quizás sí?
En la antigua Grecia, aunque existía cierto razonamiento del poder político, sin embargo, con la aparición de la lógica en base a la geometría se busca una armonía para sustentar la convivencia dentro de las polis, se busca un logos, palabras libres de contradicción. Se va configurando un logos libre de contradicción que dote a la verdad de un sentido más objetivo -al menos dialógicamente y sin contradicción- y que necesariamente lleve a la ruptura de la asociación entre realidad y verdad. Es decir, la realidad no es la verdad, sin0 que la verdad se construye lógicamente para acceder a la realidad. Es ahora el logos el que va construyendo una realidad cambiante y sin criterios absolutos, pues dicha realidad irá reconfigurándose de acorde a la lógica razonada con el paso de los siglos. Por este motivo, se recoge el término aporía, de la incapacidad insuperable de acceder a la realidad a través de la razón. La realidad se volverá subjetiva, interpretada e incompleta, y serán los propios seres humanos quienes a su vez vayan construyendo un discurso lógico más sólido y progresivo. No es de extrañar que el propio Platón creara una institución educativa, donde entre otras cosas se enseñaban matemáticas. Tampoco, como en la Roma republicana se prestaba especial interés a la retórica con prudentia. Todo ello, buscando palabras –logos- libres de contradicción.
En las democracias contemporáneas, y más si cabe en la era de las tecnologías de la información y comunicación ligado al desarrollo de internet, se produce una ruptura cada vez mayor entre el representante y el representado. El representado a través de su propia experiencia, se va formando un discurso de la democracia que siente que no es tal y como existe en la democracia institucionalizada contemporánea. Por ello, se suele recurrir a manifestaciones reivindicativas para reclamar una “democracia real”, una representación efectiva, es decir, una conexión plena con los representantes. Pero también se debe tener en cuenta que el problema se acrecienta si dividimos al representado en una cantidad indeterminada de individuos, cada uno de ellos con una capacidad propia y personal de acceso a una realidad. Asistimos a una aporía donde no es posible conocer la realidad que nos provea de un sistema político absoluto y universal, pero que la forma más eficiente de representarnos este sistema es a través de las palabras libres de contradicción que vayan interpretando una realidad sustancial en movimiento y temporal. Así, el representante interpreta la realidad empíricamente, en lugar del representado, y es éste, quien le expresa su confianza por medio del voto electoral, por el cual quedan vinculados.
Marcha por los derechos civiles, Washington, 1963
La relación establecida entre representante y representado es una relación de transferencia de poder, de confianza y vinculación. Los representados, que son quienes ostentan la prerrogativa de la soberanía popular, transfieren el poder a los representantes y les otorgan su confianza para que operen lógicamente la realidad en nombre de los representados. En contraposición a la democracia directa de la antigua Grecia, en la democracia moderna y con la aparición de la sociedad civil en occidente, se establece la democracia representativa, es decir, el concepto de representación, que es lo que va a caracterizar la racionalización del poder político. Una vez a la sociedad civil se le dotó de soberanía y se limitaron las funciones del monarca, se pensó la necesidad de racionalizar todos los conceptos “reales” de la sociedad bajo el principio de representación política.
Pero esta diversificación conceptual de la realidad no empezó sino, en la Reforma Protestante -momento clave en la teoría política- que revolucionó la influencia y la dominación del poder político. Pues es a partir de ese momento, cuando progresivamente cambiaría la relación entre Dios y el ser humano y la subordinación de éste con el poder político. Ahora, la fe se individualiza siguiendo al hombre interior. Su libertad se basa, a partir de entonces, en su propia fe y podrá hacer una interpretación personal de la Biblia, que era la principal carta magna que regía las normas de convivencia. Se establece el principio de individualidad. Por lo tanto, el concepto de representación, es el paso siguiente y progresivo, primero por el principio de individualidad imperante a raíz de la Reforma y segundo, por el concepto de sociedad civil derivado de la revolución inglesa y los debates de Putney.
La racionalización del poder político a través del concepto de representación, se establece para producir una mediación de las diferentes formas de interpretar la realidad a través de conceptos. Rompe así, la asociación realidad y verdad, para aglutinar todos los conceptos representativos del pueblo y operarlos por medio de una lógica, un razonamiento, que el pueblo en su conjunto no posee, y que la historia ha demostrado su ineficacia e ineficiencia política. Es debido al carácter incompleto y temporal de la realidad, que ha podido suceder así, y se haya producido este proceso evolutivo hasta llegar hoy día a las democracias representativas y parlamentarias racionalmente institucionalizadas para poder representar lo más eficientemente posible a los representados y, representar con el máximo grado posible el carácter absoluto –sin llegar a él- de la realidad. Y, por tanto, del modo de convivencia más acorde con la naturaleza humana que hasta el momento se ha pensado. No obstante, esta vinculación, como se ha mencionado anteriormente, supone en muchas ocasiones una falta de identificación por parte de la ciudadanía en la política, y en concreto con la democracia. Se suele aludir a frases como «no nos representan».
El poder político, tal y como lo conocemos hoy día, racionalizado e institucionalizado, posee una capacidad de acaparamiento del poder que puede dar lugar a no representar los intereses de sus ciudadanos, incluso en lo que concierne a un partido político con grupo parlamentario propio, puede que reme en una dirección diferente a la que expresó en su día a través de sus propias políticas de comunicación para captar el voto y ganar adeptos. Los partidos políticos al igual que la división de poderes, hicieron aparición para una vez racionalizado el poder político, racionalizar a su vez las diferentes percepciones e interpretaciones de la realidad; en la dicotomía poder gubernamental-pueblo, y dentro de éste la multitud de facciones que pudieran surgir. Pues como se ha dicho, al existir limitaciones insuperables, aporías, las interpretaciones que se puedan llegar a alcanzar a través del empirismo, en ningún caso podrían hacerlo de forma más objetiva, completa y compartida si no es teniendo en cuenta a una mayoría, o por lo menos así lo interpretan las democracias parlamentarias con sufragio universal a día de hoy.
Las democracias representativas actúan como una mediación y filtro de las diversas y diferentes interpretaciones de los razonamientos de una sociedad. En las democracias contemporáneas se produce una amplia participación y debate del pueblo en lo que concierne a los asuntos públicos. Se produce un cambio en la explicación relacional de mundo. El lenguaje es el instrumento por el cual los ciudadanos participan expresando sus razonamientos y debatiendo en el seno de la política en busca de sus propios intereses de facción. Se intentan explicar las propias experiencias a través del lenguaje, y es éste quien actúa como mediación entre representantes/representados, vinculándose, cediendo conceptos que los representantes deberían racionalizar con un lenguaje formal y libre de contradicción para dar explicación a la realidad, a la experiencia, proveyendo al sistema de funcionalidad. Pues cada individuo posee su propia abstracción cultural de la naturaleza, y por tanto, su propia experiencia que es expresada a través del lenguaje ordinario.
En las democracias contemporáneas, representativas y parlamentarias, se producen instrumentos de participación de democracia directa y a su vez deliberativa. Digamos que son una forma de romper con la paradoja de transferencia del poder, de la confianza, por medio de una vinculación donde el poder reside en el pueblo, pero con el establecimiento de partitocracias y oligarquías -al menos así es percibida la democracia representativa por algunas corrientes-. La democracia deliberativa busca organizar y racionalizar el debate y la argumentación, que tan presente está en el parlamentarismo occidental y en cualquiera de las asambleas ciudadanas que pudieran establecerse ya sea en el mundo físico o en el mundo virtual. Existen organizaciones y asociaciones de diversa índole, además de los partidos políticos donde se producen todo tipo de debates que buscan el consenso de facción para un posterior traslado al parlamento de las demandas acordadas. La democracia directa tiene cabida en la mayoría de las democracias representativas donde se permite la participación directa, pero racionalizada en los parlamentos. La Constitución Española regula las instituciones de Referéndum, Iniciativa Legislativa Popular y Concejo Abierto como herramientas que poseen los ciudadanos para poder pronunciarse sobre una propia interpretación de la realidad por parte del pueblo, mayoritariamente. Sin embargo, aunque sea mínimamente, se produce algún tipo de mediación con los representantes.
Actualmente, debido al auge de las nuevas tecnologías y de internet, asistimos a una excesiva y casi instantánea comunicación social entre individuos que nos conduce a una mayor posibilidad de manipulación y demagogia por parte de aquellos interesados en configurar su propia experiencia y transmitirnos una serie de conceptos sesgados para que posteriormente, éstos sean cedidos a los representantes legal y democráticamente elegidos. El hecho de que podamos advertir una posible realidad a distancia, electrónicamente, puede suponer un riesgo y, por otro lado, si se produce éticamente, un reforzamiento de la democracia misma. Es un reto al que se enfrenta hoy la mayor parte de los sistemas políticos democráticos del mundo. Todavía está por ver los efectos de estos hechos causales en la nueva democracia contemporánea, y de si será necesario, para reforzarla y protegerla, un aumento de la racionalización de la opinión pública que incluso rompa aún más con el espíritu propio de la democracia, y que distancie, más si cabe, la relación entre representante y representado. Resultando incluso contraproducente en la percepción que los ciudadanos tengan dentro de su propia noción de democracia.
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