El colapso del sistema comunista y que propició el hundimiento de la URSS a finales del siglo XX, ha sido uno de los grandes acontecimientos históricos de la era contemporánea, así como su aparición dentro del contexto de la Primera Guerra Mundial. Tras la caída del muro de Berlín en 9 de noviembre de 1989, se ponía fin a una ideología, a un sistema económico y político que no resistió a los embates de la economía de mercado.

Aliados en la puerta de Brandenburgo 1945

Aliados en la puerta de Brandenburgo 1945

Las razones, ante el fracaso de un régimen político innovador que duró la mayor parte del siglo XX -como fue el comunista-, son multifactoriales. Las causas que son focos de atención, para entender el porqué del colapso, varían dentro de un amplio abanico de posibilidades que van desde el ámbito social, político y económico. Siendo este último, desde nuestro punto de vista, el de mayor transcendencia y calado para el declive soviético bajo un alto condicionamiento político.

La falta de libertades individuales con férreo control burocrático y un amplio poder de la Nomenklatura ha sido evidente dentro del régimen comunista de la URSS, pero esto no ha de suponer un problema de cohesión social siempre y cuando, exista una economía fuerte capaz de legitimar el sistema y de proveer un proyecto político estable y reconocido por la mayoría los ciudadanos. Bien es cierto, que economía y política van de la mano, y el que exista una economía sólida depende en un alto grado de las políticas que se lleven a cabo.

Nikita Jrushchov, Nikolái Podgorni y Walter Ulbricht

Nikita Jrushchov, Nikolái Podgorni y Walter Ulbricht

Es importante referenciar el progreso de las economías comunistas de posguerra y el éxito que se cosechó para atender a las necesidades de la ciudadanía después de 1945. En este aspecto, Stalin ejercía una de las mayores represiones sociales de la existencia comunista, sin embargo, al ser capaz de generar un proyecto político plausible, el régimen pudo sobrevivir. Lo que ocurre a este respecto, es que las políticas económicas de posguerra son altamente compatibles con el intervencionismo económico, por lo que, las directrices económicas del Politburó resultaron eficaces en aquel momento. Occidente y sus economías capitalistas también obtuvieron un desarrollo similar después de la Segunda Guerra Mundial, y también sufrieron cruentas crisis económicas y de legitimidad posteriores. Sin embargo, éstas fueron capaces de adaptarse en las crisis económicas a las nuevas realidades del mercado y de la técnica, cosa que no ocurrió en la parte del Este.

Los aspectos sociales, políticos y económicos se entrelazan entre sí, siendo todos totalmente interdependientes. El fin último de las decisiones políticas es la sociedad, y en la URSS la rigidez política se encontraba en lo alto de la pirámide interviniendo discrecionalmente una economía que pedía posibilidades de cambios, los cuales sí fueron efectuados por los países capitalistas. A tal caso, bien viene la apreciación de Mijaíl Gorbachov cuando dijo “es la política la que debe seguir a la economía y no al revés”.

Desde el inicio de la Guerra Fría, la URSS mantuvo una economía basada en materias primas e industria pesada. Durante años, fueron un gran motor de la economía soviética, aunque más tarde los líderes soviéticos fueron incapaces de adaptar las nuevas formas de producción a las realidades del mercado. En los años 80, cuando existía una gran diferencia de desarrollo respecto a los países capitalistas, la URSS disponía de unas formas de producción atrasadas y muy intensivas en fuerza de trabajo. Además, mientras en Occidente al estar el empleo en manos del mercado laboral, pudieron permitirse un aumento del paro, que por supuesto en la economía socialista, no se produjo tal destrucción de empleo debido a la discrecionalidad del Estado en dicho mercado.

Un ejemplo que puede servir de comparativa de la flexibilidad entre ambos sistemas se puede encontrar en “el legado del 68”. Las protestas de 1968, supusieron una crisis de legitimidad del Estado del Bienestar que conllevó a una readaptación tanto de las políticas económicas como sociales en las democracias liberales. En el polo opuesto, es necesario citar la represión ejercida por Leonid Brézhnev durante la “Primavera de Praga de 1968”. Checoslovaquia se encontraba en una recesión económica desde inicios de los 60. En un momento de crisis de la convivencia, las democracias, como es lógico, al ser el pueblo en teoría, el detentador del poder político, la política readapta la economía para producir los beneficios sociales necesarios para que el pueblo legitime el poder político. Sin embargo, en la Unión Soviética, el poder político no estuvo a la altura de las circunstancias y de las realidades sociales, que más adelante, ya en la década de los 80, esa rigidez política de represión social e intervencionismo exacerbado acabó por colapsar la economía y los servicios sociales de la sociedad. La URSS no podía competir con una economía de mercado que se adaptaba y progresaba. No era capaz de generar una riqueza que se tradujera en un desarrollo humano óptimo.

En definitiva, el sistema comunista que se originó tras la Revolución rusa, fue capaz de subsistir durante décadas, siempre y cuando las realidades internacionales e internas del propio Estado comunista eran compatibles con los dogmas de los líderes soviéticos y de su propio sistema intervencionista. Una vez y su modelo económico productivo necesitaba de cambios estructurales para mantener el progreso económico y la cohesión social, la incapacidad del poder político soviético para flexibilizar y reformar el socialismo, propició el hundimiento de la URSS, y por tanto, sus satélites, al no poder ejercer una influencia sólida sobre ellos, dejase de existir el 26 de diciembre de 1991.