El imperio comercial chino en el siglo XXI

por | ECONOMÍA

El imperio comercial chino del siglo XXI redefine la geopolítica global. Comprender el auge de China y la evolución del comercio chino es clave para descifrar la dinámica del poder en 2025.

Shanghai, China

Shanghai, China

Lo que hoy vemos como un coloso económico, con una presencia industrial y financiera que se extiende por todos los continentes, era, hace apenas setenta y cinco años, una economía devastada y aislada. La transformación de China desde las cenizas de su guerra civil hasta convertirse en el epicentro del comercio mundial no es un milagro, sino el resultado de una estrategia deliberada, una flexibilidad ideológica asombrosa y una ambición implacable por recuperar lo que considera su lugar histórico en el mundo.

El amanecer del comercio chino: de las cenizas a la reforma

Tras la victoria del Partido Comunista Chino (PCCh) en 1949, la nación se encontraba en ruinas. La República Popular, bajo el liderazgo de Mao Zedong, adoptó un modelo soviético de economía planificada y centralizada. El objetivo no era el comercio global, sino la autosuficiencia ideológica y la industrialización pesada. Políticas como el «Gran Salto Adelante» (1958-1962) y la «Revolución Cultural» (1966-1976) resultaron en catástrofes humanitarias y un estancamiento económico profundo. Para 1976, China era una potencia nuclear, pero su población vivía en la pobreza y su PIB per cápita era inferior al de países como Zambia. El comercio exterior era mínimo y se limitaba principalmente al bloque socialista.

El punto de inflexión llegó en 1978 con Deng Xiaoping. Consciente de que la legitimidad del PCCh dependía de la prosperidad económica y no solo del control ideológico, Deng inició la era de la «Reforma y Apertura”. La ideología que impulsó este cambio fue el pragmatismo puro, encapsulado en su famosa frase: «No importa si el gato es blanco o negro, mientras cace ratones». Este «Socialismo con características chinas» abandonó la ortodoxia maoísta y permitió la experimentación económica. Se crearon las Zonas Económicas Especiales (ZEE), como Shenzhen, que pasaron de ser pueblos de pescadores a megalópolis industriales. Estas zonas actuaron como laboratorios capitalistas controlados, diseñados para atraer inversión extranjera directa (IED) ofreciendo mano de obra barata y regulaciones laxas. El objetivo era claro: importar tecnología y capital, aprender de Occidente y exportar bienes manufacturados.

Esta evolución se aceleró exponencialmente con la entrada de China en la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 2001. Este fue el verdadero pistoletazo de salida para el imperio comercial chino. Al obtener acceso garantizado a los mercados globales, la industria china se convirtió en «la fábrica del mundo». La estrategia fue brillante en su simplicidad: utilizar su vasta reserva de mano de obra rural para producir bienes a un costo imbatible, acumulando reservas de divisas sin precedentes (superando los 3 billones de dólares). El beneficio buscado inicialmente era la estabilidad interna, sacar a cientos de millones de la pobreza y fortalecer al Estado. Sin embargo, este éxito generó nuevos «problemas»: una dependencia excesiva de las exportaciones, una sobrecapacidad industrial masiva y la necesidad imperiosa de asegurar recursos naturales (petróleo, minerales, alimentos) para alimentar a su creciente industria y población. El imperio comercial no fue un plan maestro desde 1949, sino una consecuencia evolutiva de resolver estos desafíos estratégicos.

La maquinaria de la industria china: ¿cómo funciona el comercio chino?

En 2025, el comercio chino ya no se basa únicamente en camisetas y juguetes. La maquinaria que impulsa este imperio se ha sofisticado, operando en un sistema dual único. Por un lado, persisten las gigantescas Empresas de Propiedad Estatal (SOE, por sus siglas en inglés), como State Grid o Sinopec. Estas son los brazos estratégicos del Estado, dominando sectores clave como la energía, la banca, las telecomunicaciones y la construcción. Operan con el respaldo implícito del gobierno, lo que les permite asumir proyectos de alto riesgo y largo plazo en el extranjero que ninguna empresa privada se atrevería a tocar.

Por otro lado, existe un sector privado increíblemente dinámico y competitivo, hogar de gigantes tecnológicos como Alibaba, Tencent y ByteDance (matriz de TikTok), y líderes industriales como BYD (vehículos eléctricos) o Huawei (telecomunicaciones). Sin embargo, la línea entre lo público y lo privado en China es difusa. El PCCh mantiene células del partido dentro de las empresas privadas y ejerce una influencia significativa a través de la regulación, el crédito y la política industrial. La estrategia «Made in China 2025», lanzada hace una década, es el mejor ejemplo: una directiva estatal para que la industria china domine sectores de alto valor añadido como la inteligencia artificial, la robótica, los semiconductores (aunque sigue siendo su talón de Aquiles) y la biotecnología.

¿Cómo fabrican? La producción ha evolucionado desde el simple ensamblaje a cadenas de suministro increíblemente complejas y resilientes. China ha dominado no solo la fabricación final, sino también el procesamiento de materias primas críticas. Por ejemplo, aunque China no extrae la mayor parte del cobalto o el litio del mundo, refina más del 60% y 70% de estos minerales, respectivamente, haciéndola indispensable para la transición energética global (baterías para coches eléctricos).

El comercio chino moderno funciona mediante una integración vertical y horizontal: por ejemplo, las empresas chinas no solo construyen el puerto en Pakistán, sino que también lo operan, construyen la carretera que conecta con él, financian la central eléctrica que le da energía y llenan los barcos con productos chinos que salen de él. Es un ecosistema comercial cerrado, financiado por bancos de política chinos como el China Development Bank y el Exim Bank of China, que a menudo operan con objetivos más geopolíticos que puramente financieros.

El comercio chino en el mundo: geografía del nuevo imperio

El alcance geográfico del imperio comercial chino es verdaderamente global, pero su manifestación más tangible es la Iniciativa de la Franja y la Ruta (Belt and Road Initiative, BRI), lanzada en 2013 por Xi Jinping. Este es el proyecto de infraestructura y política exterior más ambicioso de la historia moderna, a menudo descrito como una «Nueva Ruta de la Seda» terrestre y marítima.

En África, la presencia china es omnipresente. Durante décadas, China ha sido el principal socio en el desarrollo de infraestructuras, construyendo desde ferrocarriles (como la línea Mombasa-Nairobi en Kenia) hasta presas hidroeléctricas (en Etiopía o Angola). El efecto en estos países es dual. Por un lado, China ha financiado y construido infraestructuras vitales que Occidente e instituciones como el FMI o el Banco Mundial no quisieron o no pudieron financiar, catalizando el crecimiento económico. A cambio, China asegura un flujo constante de recursos naturales: petróleo de Angola, cobre de Zambia y cobalto de la República Democrática del Congo. El efecto negativo, sin embargo, es una creciente preocupación por la sostenibilidad de la deuda, la falta de transparencia en los contratos, la importación de mano de obra china en lugar de crear empleo local y el bajo cumplimiento de los estándares ambientales.

En América Latina, considerada durante mucho tiempo el «patio trasero» de Estados Unidos, China se ha convertido en el principal socio comercial de gigantes como Brasil, Argentina, Chile y Perú. La industria china demanda la soja de Brasil, el cobre de Chile y el litio del «triángulo del litio» (Argentina, Bolivia, Chile). Más allá del comercio de materias primas, las empresas chinas invierten en sectores estratégicos como la energía (comprando redes eléctricas) y las telecomunicaciones (desplegando la tecnología 5G de Huawei). Los efectos son similares a los de África: un auge económico impulsado por las materias primas, pero también una creciente dependencia económica de Pekín y preocupación por la influencia política.

En Asia, la BRI es fundamental. El Corredor Económico China-Pakistán (CPEC) es un proyecto emblemático de más de 60 mil millones de dólares que conecta el oeste de China con el puerto de Gwadar en el Mar Arábigo, dándole a China una ruta energética vital que evita el Estrecho de Malaca. En el Sudeste Asiático, se construyen redes de trenes de alta velocidad que conectan Kunmín (China) con Laos, Tailandia y, eventualmente, Singapur. Incluso en Europa, China ha hecho incursiones estratégicas, adquiriendo el puerto del Pireo en Grecia (convirtiéndolo en uno de los más activos del Mediterráneo) o comprando empresas tecnológicas de alta gama en Alemania, como el fabricante de robots Kuka.

Los efectos aquí son de fractura: los países del este y sur de Europa, ávidos de inversión, dan la bienvenida a China, mientras que potencias como Alemania y Francia la ven cada vez más como un «rival sistémico».

Poder y beneficio: las ganancias del comercio chino

Los beneficios que el imperio comercial chino reporta a Pekín van mucho más allá de los meros retornos financieros; son profundamente políticos y estratégicos. Económicamente, esta expansión global resuelve varios problemas internos cruciales. Primero, asegura las cadenas de suministro de recursos (energía, minerales, alimentos) necesarios para mantener en funcionamiento su vasta industria y garantizar la estabilidad social. Segundo, exporta su exceso de capacidad industrial; las empresas constructoras chinas que construyeron ciudades enteras en casa ahora construyen presas en África. Tercero, abre nuevos mercados para sus bienes de consumo y tecnológicos, desde teléfonos Huawei en el Sudeste Asiático hasta coches eléctricos BYD en Europa. Cuarto, es un intento de internacionalizar su moneda, el Renminbi (RMB), para reducir su dependencia del dólar estadounidense.

El beneficio político es quizás aún más significativo. La herramienta más poderosa de este imperio es la deuda. China se ha convertido en el mayor acreedor bilateral oficial del mundo. A diferencia de los prestamistas del «Club de París» (naciones occidentales) o el FMI, los préstamos chinos suelen tener cláusulas de confidencialidad estrictas y, a menudo, están respaldados por activos estratégicos (como ingresos por petróleo o puertos). Cuando un país no puede pagar, como le ocurrió a Sri Lanka, China no reestructura la deuda bajo términos del FMI; negocia concesiones. El caso del puerto de Hambantota en Sri Lanka es el ejemplo paradigmático: incapaz de pagar el préstamo, el gobierno de Sri Lanka cedió el control del puerto a una empresa estatal china por un arrendamiento de 99 años.

China Word Trade Center

China Word Trade Center

Esto es lo que los críticos llaman la «diplomacia de la trampa de la deuda». Si bien algunos académicos argumentan que China no busca deliberadamente que los países incumplan, el resultado neto es el mismo: una palanca de influencia inmensa. Esta influencia se traduce en votos en las Naciones Unidas (muchos países africanos y asiáticos votan en línea con Pekín en temas sensibles como Taiwán o los derechos humanos en Xinjiang), en la adopción de estándares tecnológicos chinos (debilitando el dominio occidental) y en la creación de una esfera de influencia que desafía directamente el orden liberal internacional liderado por Estados Unidos desde 1945. Cada puerto construido, cada préstamo otorgado, es un hilo más en una red que ata la fortuna política y económica de decenas de países a Pekín.

El futuro del comercio chino y el orden mundial

Llegados a 2025, la influencia de estas políticas económicas es innegable: han remodelado el mundo. Han sacado a cientos de millones de la pobreza (un logro histórico), pero también han creado un nuevo tipo de dependencia global centrada en un régimen autoritario. El «Consenso de Pekín» (desarrollo económico liderado por el Estado sin las ataduras de la democracia liberal) se ha convertido en una alternativa atractiva al «Consenso de Washington» para muchas naciones del Sur Global.

Si China continúa con estas políticas, el futuro probable es uno de fracturación y bipolaridad. El mundo podría dividirse en dos grandes esferas de influencia: una alineada con Estados Unidos y la Unión Europea, centrada en la democracia, la transparencia y los estándares regulatorios occidentales; y otra alineada con China (y socios como Rusia), basada en el comercio transaccional, la soberanía estatal por encima de los derechos humanos.

Sin embargo, el éxito continuado del imperio comercial chino no está garantizado. Internamente, China se enfrenta a vientos en contra formidables: una crisis demográfica (su población está envejeciendo y disminuyendo), una burbuja inmobiliaria masiva que aún lastra su economía y niveles de deuda interna astronómicos. Externamente, hay un creciente «retroceso». Países desde Malasia hasta Zambia están renegociando los términos de los préstamos chinos, y la insatisfacción pública por los impactos ambientales y sociales de los proyectos de la BRI está aumentando. Además, Estados Unidos y la UE están contraatacando con sus propias iniciativas de infraestructura, como el «Global Gateway» de la UE, aunque con una fracción de la financiación china.

El futuro dependerá de si China puede gestionar sus contradicciones internas y si el resto del mundo puede ofrecer una alternativa de desarrollo más sostenible y equitativa. El imperio comercial chino del siglo XXI es un hecho consumado; la cuestión ya no es si existe, sino cómo el mundo se adaptará a un coloso que ha reescrito las reglas del comercio global en menos de tres décadas, y si este imperio, construido sobre el hormigón y la deuda, es sostenible a largo plazo.

Bibliografía Académica

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