El Populismo. Pierre Rosanvallon – Parte 1

por | PENSAMIENTO POLÍTICO

Uno de los conceptos a los que nos remite Pierre Rosanvallon es que estamos ante una concepción dudosa. Se concreta en un estigma o una legitimación entre lo denominado élite corrupta y pueblo virtuoso que además está sujeto a pasiones. El populismo se nutre del desencanto político para, a su vez, hacer una propuesta política alternativa centrada en el pueblo.

Populism

Populism

Con el populismo estamos pues, ante lo que se denomina una “thin ideology” (ideología fina), ya que, las bases ideológicas en materia de economía, o derechos sociales, por ejemplo, es tan ambivalente y confusa, que hace no tratarla, evidentemente, como una ideología densa. Las ideologías, conforman una cosmovisión del mundo político, una mezcla de principios y valores que deben regir la política de acorde a la propia percepción del individuo. Pero, es curioso, como esta percepción del mundo político, incluso los propios valores, van cambiando respecto a la propia situación personal. Son pues, las ideologías, la búsqueda del propio interés personal que se ajustan o no a las ideologías de un momento coyuntural. Y para imponer la ideología de uno, es necesario alcanzar el poder por mediación del pueblo. Es decir, a través de las elecciones. Como anatomía introductoria del populismo, Rosanvallon, indica una concepción del pueblo, una teoría de la democracia, una modalidad de la representación hombre-pueblo, una política y una filosofía de la economía y un régimen de pasiones y emociones.

La disyuntiva entre liberalismo y democracia llega hasta hoy, y el populismo se inserta entre ambos. Y es por ello, que al populismo se lo denomine también, democracia iliberal. O mejor dicho, la democracia iliberal utiliza al populismo como herramienta. El liberalismo es receloso de la dictadura de la mayoría, al reclamar la limitación o delegación del poder del rey, también es incompatible con la democracia. El liberalismo genuinamente tiende a proteger las libertades individuales en sentido amplio, y, es aquí donde entra el principio de representación que canaliza las demandas del pueblo. Bien es cierto, que esta canalización muchas veces se traduce en un olvido de las demandas populares y en una búsqueda hedonista (acciones y pensamientos encaminados exclusivamente al interés personal) representativa. Y es cuando, se tiene la percepción, a través de ciertos sectores de población, de que la representación no es efectivamente democrática, cuando se tiende al rechazo de la representación y aparecen conceptos como el del hombre-pueblo. Por eso los intelectuales y aristócratas rusos pretendían “bajar al pueblo”. Pero, ¿es esta encarnación personal del pueblo la mejor manera de canalizar las demandas y representar a los ciudadanos? Para Rosanvallon, “el populismo debe ser entendido como una forma de respuesta a los conflictos contemporáneos”, así pues, indaga en cómo “constituir una soberanía del pueblo generalizada y multiplicada que, lejos de simplificar o polarizar a la democracia, la enriquece”.

 

Anatomía del populismo

Concepción del pueblo-uno

Tal y como se ha mencionado, al no suscribir o recelar del sistema representativo, el pueblo es quien debe ejercer la democracia y encarnar la voluntad general. Pero esto, por muy romántico y bondadoso que pueda parecer, tiene sus problemas. Uno de ellos, es la concepción del “pueblo-uno”. El pueblo teóricamente, es aludido, para referirse a cualquier tipo de resolución política. Pero cabe preguntarse, qué es eso a lo que llamamos pueblo. Lo que está claro es que, por pueblo, tenemos que entender a todos los ciudadanos nacionales de un país, con derecho de voto. Es decir, los individuos nacionales que conforman la nación y que disponen de poder de acorde a la soberanía nacional. O sea, estamos hablando de millones de individuos, con personalidades, experiencias, ideologías e intereses muy diversos. El pueblo es plural, y la voluntad general está muy diversificada.

Representación de un populista

Representación de un populista

Es por ello, que al ser imposible satisfacer todas las demandas de todos y cada uno de los individuos, lo que se hace es intentar dar cuerpo y homogeneizarlo. Y al hacerlo, aquellos con influencia política y/o electoral, lo hacen de acorde a sus propios intereses político-partidistas. Porque el poder reside en el pueblo (teóricamente). Y es necesario conquistarlo y mantenerlo. ¿Cuántas veces hemos oído decir a Pablo Iglesias que el pueblo no es estúpido? Y, ¿cuántas veces hemos oído a Abascal criticar el engaño a los españoles? Dos partidos antagónicos, al menos en teoría, intentan apropiarse de este pueblo-uno. Una apropiación en forma nacional o social, según de quien provenga. Es una abstracción.

Entonces, si hacemos alusión al pueblo, parece lógico pensar que quienes son sus representantes, no lo son al menos en teoría, y son sus enemigos -probablemente-. Por eso existe un “ellos y nosotros”. De aquí se desgrana la dicotomía pueblo virtuoso – élite corrupta. Siendo el hombre-pueblo el encargado de devolverle la virtuosidad a los electores.

Teoría de la democracia: directa, polarizada, inmediata

El sistema representativo es una traición a la democracia -al menos desde los que abogan por la democracia directa, claro-. Los representantes, es decir, la élite política traiciona la voluntad del pueblo. Lo que rige es, pues, lógicamente la democracia directa, polarizada en contra de las élites e inmediata. Es decir, todos aquellos instrumentos electorales que haga que el pueblo a través de su voto pueda transformar su expresión y su voluntad en política, y sin mediación alguna que pueda manipular dicha voluntad.

La democracia directa, en forma de plebiscitos, etc., es una de las máximas en materia de expresión popular. Ahora bien, antes de engalanarnos en la suprema bondad de la voluntad popular, debemos pararnos a pensar, al menos, cómo se puede transformar esta herramienta en una expresión eficiente y eficaz. Por tanto, ya tenemos una mínima élite que puede configurar la pregunta plebiscitaria al menos en tres intenciones, a saber. La primera, que esa pregunta sea malintencionada y de lugar a error o confusión de la voluntad general y conlleve un resultado opuesto al deseado. La segunda, que la voluntad general, por supuesto, no sea competente para responder con criterio a lo que se le pregunta. Y, por último, que se lleve a cabo una campaña de propaganda informativa y manipulada para conseguir que el pueblo vote lo que esas élites quieran que vote. Un hecho bastante ilustrativo al respecto podría ser el referéndum, por el “brexit”. Pues bien, existen numerosos estudios, que afirman que, si las redes sociales no hubieran existido, Reino Unido hoy por hoy seguiría perteneciendo a la Unión Europea. Además, que los futuros sondeos post brexit indicaban que se había revertido la opinión popular respecto al anterior resultado. Vaya democracia esta directa y plebiscitaria, cabría preguntarse.

Una modalidad de la representación hombre-pueblo

La polarización que da lugar al pueblo-uno en contra de las élites, también nos deriva a una transformación desde el principio de la representatividad a la encarnación de esa representatividad por un solo individuo. Es lo que Rosanvallon indica como hombre-pueblo. Pues es éste quien además de configurar teóricamente “su” pueblo, da imagen y voz a la voluntad popular. Si no, el pueblo tal cual no podría ejercer ni configurar nada. Dicho de otra manera, el hombre-pueblo es el que homogeneiza, el que humedece las partículas de arena seca que vagan sin rumbo a merced del viento político del momento. Pero el pueblo, tiene sentimientos, y le gusta la libertad. Qué mejor manera de aglutinar todas esas demandas que a través de las pasiones, de las emociones, que son sensibles para éstos. Bajo la elocuencia y el poder de la palabra. Bajo la persuasión. Bajo la apariencia de ser libres pensadores y de votar en una “democracia” en contra de aquellas élites estafadoras y personalistas. Pues este líder populista no es personalista -al menos en apariencia-, sino que es el líder de las voluntades y demandas del pueblo. Bien, nada más lejos de la realidad.