El Populismo. Pierre Rosanvallon – Parte 2
El nacional-populismo -o también llamado el populismo de derechas- se contrapone al social-populismo, es decir, al populismo de izquierdas.
Populismo perpendicular a la democracia
Anatomía del populismo (II)
Política y filosofía de la economía: el nacional proteccionismo
Aquí lo relevante es cómo esta característica populista se desgaja del neoliberalismo para solo captar lo que le interesa de la doctrina, pero reducirlo en términos nacionales. Libre-mercado sí, libertad económica sí, pero dentro de nuestras fronteras. Los populismos de izquierdas, sin embargo, cuentan con una política y filosofía de la economía como es el social proteccionismo, más multicultural y que no clama tanto a la nación sino al sistema económico en sí. De esta manera, las diferencias con el nacional-proteccionismo sería una contraposición en términos culturales y económicos. Pues los populismos de izquierdas, normalmente, rechazan el libre mercado, aunque se adaptan a él de alguna forma –no les queda más remedio-, mientras que en términos multiculturales son más integradores. Es decir, reducen el populismo a términos de clase. Véase en el caso español, la contraposición populista entre Vox y Podemos, o Sumar, por ejemplo.
Proteccionismo nacional o proteccionismo de clase, el líder populista lo configura así, da forma a su imagen de pueblo. Y, por lo tanto, señala al enemigo, a aquel sistema imperante que amenaza el concepto de pueblo que se promulga. La Unión Europea, por ejemplo, es actor criticado desde Vox y desde Podemos. Vox alude a la Unión Europea en términos de pérdida de soberanía nacional y cultural, donde la cultura propia de la nación española se diluye. Podemos, sin embargo, también hace referencia a la pérdida de soberanía, pero no incluye tanto el concepto nacional, sino que lo vincula más a la pérdida de control económico para implantar políticas sociales, en favor de unas élites en contra de clase obrera. El proteccionismo es una herramienta para proteger al pueblo inventado.
Régimen de pasiones y emociones
Y esa exaltación del pueblo, esa creación del pueblo-uno, esa vinculación del hombre-pueblo no se hace de forma racional, por supuesto. Una invención grupal multitudinaria debe hacerse cuando gran parte de la población tiene un objetivo común. Y, ¿cómo atribuir un objetivo común a millones de personas? Creando un enemigo. Por eso, los populismos suelen aparecer en momentos de crisis del sistema actual. Cuando gran parte de la población tiene la percepción de que su vida en términos económicos, políticos, culturales se desmorona y el actual sistema es incapaz de dar respuesta porque es un sistema fallido, corrupto. Qué tan ciegos estábamos ante un sistema que nos ha llevado a la quiebra moral y económica. Y es aquí, cuando el régimen de pasiones y emociones se torna fundamental para humedecer las partículas de arena en dirección aleatoria. Veamos qué dice Pierre Rosanvallon al inicio del capítulo: “Las pasiones fueron siempre sospechadas de constituir una amenaza. Susceptibles de falsear los juicios, de desviar las conductas, de desajustar las relaciones con los demás y de transformar a un grupo de seres humanos individualmente racionales en una muchedumbre incontrolable y hasta criminal”. Y dentro de las emociones se identifican las de posición, que se refiere al sentimiento de abandono; las de intelección, que tiene que ver con la legibilidad del mundo; y las de acción, de acorde al expulsionismo, a la exclusión.
Populismo vs democracia
De esta forma, bajo el paraguas de esta útil herramienta, se configura una masa, un pueblo, que lejos del principio representativo lo que se representa aquí son los intereses del populista en el pueblo, aunque también puede haber un componente de honra donde se trata de criticar algún régimen establecido. Pues, ¿qué diríamos en los regímenes tales como la URSS? ¿Acaso no era necesario un líder redentor que guiase a una masa dormida, oprimida y explotada, que abogase por un futuro más justo? Existen ocasiones donde los populismos son necesarios y útiles, pero solo en lo que se refiere a la crítica a un sistema que se ha demostrado completamente ineficaz, y nunca puede estar legitimado cuando el nuevo sistema propuesto es encarnado en torno a la figura de un líder, de un hombre-pueblo.
Unidad y diversidad de los populismos
Los populismos disponen pues, de una naturaleza compleja de analizar. Son movimientos, discursos, ideologías finas –como se quiera- que distan mucho de ser meras concreciones a estudiar. Lo que sí parece ampliamente aceptado es la disyuntiva élite corrupta-pueblo virtuoso a través de la mediación de un líder populista, carismático en el mayor de los casos. Este líder pretende dar al pueblo lo que quiere. Y si identificamos al pueblo como no poseedor de conocimientos políticos profundos y técnicos, éstos siempre apoyarán una visión lo más instintiva posible del propio interés personalista. Véase la figura de Milei en Argentina, por ejemplo.
Bajo esta abstracción y difusión de los populismos, sí conviene indagar un poco más entre la distinción entre populismos de izquierdas y de derechas. Lo cual es bastante revelador si también aceptamos que esta delimitación conceptual tiene gran flexibilidad. Ambos populismos que abogan por la unidad nacional o por la cuestión de la clase trabajadora, tienen en común que el neoliberalismo es el responsable de los males de la nación o de la situación de la clase trabajadora. Sin ahondar en lo mismo ya explicado anteriormente, la crítica del nacional-populismo es que la cultura nacional está amenazada por una globalización neoliberal que diluye las culturas en otra global e imperante, sea cual sea. Mientras que el social-populismo hace hincapié en que el mercado libre internacional crea una desigualdad progresiva entre Estados y entre clases dentro de los Estados. Culturalmente son progresistas, por lo que la cultura nacional conservadora les importa bien poco. Pero económicamente critican como la clase trabajadora se ve oprimida en favor de grandes capitales.
El nacional-populismo al poner el foco en la nación, es conservador, cómo no. Pues la nación es longeva, o eterna según los casos, y la cultura progresista daña gravemente la conservación de la nación. El libre mercado también puede tacharse de conservador claro, por lo menos en Occidente. Y son defensores del neoliberalismo, pero priorizando la unidad y la cultura nacional. Por lo que, dentro de este enfoque también tiene un cierto componente cultural. Si hablamos del social-populismo hablamos casi a la inversa. La nación debe progresar culturalmente y abrirse al amparo de la igualdad económica y social. La nación aquí queda subordinada a las políticas sociales que debe ser internacionalista, si cabe, y donde el neoliberalismo lo menoscaba.
Espíritu de una alternativa
El fenómeno populista del siglo XXI tiene una especial relevancia y especificidad. La vinculación y la comunicación político-elector se hace más instantánea y directa. Lo cual no solo permite una mayor exaltación de los sentimientos, sino que, además la manipulación está servida. El acceso a la realidad-verdad política está en muchas ocasiones sesgada. De tal inmediatez y cantidad de información, hace muy difícil saber dónde está realmente la verdad de las cosas. Y lo peligroso, no es que esta sensación se dé como un proceso consciente donde los ciudadanos se sientan perdidos sin saber lo que pensar, hacer o decir. No. Nada más lejos de la realidad. El individuo está más convencido que nunca de poseer información verídica y estar completamente informado para poder expresar sus opiniones con criterio, e incluso con vehemencia si cabe.
Asistimos a un fenómeno ya atribuido a Napoleón III como muestra Rosanvallon. A una democracia iliberal enmascarada en un régimen de libertades individuales sin paragón. Democracias que, bajo el sistema y las instituciones liberales, un líder y/o partido acapara un poder enorme con el permiso de la soberanía nacional. Es decir, lo que propiamente se puede identificar de gobiernos populistas, que utilizan las nuevas tecnologías para apoderarse del poder del pueblo y construirlo a su manera.
Por ello, entre la dicotomía y la aporía democracia representativa y directa, el autor propone una serie de medidas alternativas. Pues cierto es, ni la democracia directa garantiza una libertad de conciencia y de expresión popular, ni la democracia representativa asegura que no vaya a existir una desconexión popular de las élites frente a la voluntad del pueblo. Hablamos pues de, “ampliar la democracia para darle cuerpo, multiplicar sus modos de expresión, procedimientos e instituciones”. Lo que la gente denuncia, es la “mala representación”. Según la obra, se debe reforzar el vínculo entre representantes y representados a través de una “democracia interactiva” a través de dispositivos permanentes de consulta, información y rendición de cuentas.
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