Felicidad y pasión
Muchos son los autores y las épocas donde se ha tratado el concepto de felicidad. Pareciera que es el objetivo de la raza humana, el objetivo al que dirigirnos utilizando algún medio, el cual desconocemos. Pero no solo desconocemos el cómo, sino también el qué.
Bacanal, Michel-Ange Houasse
Por mucho que hablamos de felicidad no somos capaces de concretarlo y/o de adaptarlo a una epocalidad diferente o a uno o varios grupos de individuos con distintas personalidades y experiencias de vida dispares. Incluso a día de hoy, desconocemos no solo la concreción que la felicidad pudiera sostener, sino también la propia reflexión que ella merece. No es ningún secreto la unión que existe entre el capitalismo contemporáneo y el concepto de felicidad materialista consumista que ello conlleva a día de hoy. Por ello, puede ser beneficioso y necesario formularse al menos dos preguntas como premisas, ¿somos felices? ¿existe alguna otra alternativa?
Sea cual sea la respuesta a tales preguntas, lo que parece más concreto -o al menos real- es la influencia que tiene la educación en los individuos y de éstos en una convivencia comunitaria. No es de extrañar que los Estados nacionales actuales obliguen a todos sus ciudadanos a una educación obligatoria hasta cierta edad. Rousseau es un precedente muy popular dentro de la teoría política en torno a la mejora y el perfeccionamiento de los individuos. Pero más aún lo es John Locke, médico de profesión y enmarcado en el contexto de una guerra civil en Inglaterra. Como buen estudioso de la medicina, es lógico y ligara la felicidad a la salud.
También propone la felicidad y educación como utilidad. Y por consiguiente salud como forma de utilitarismo. Para ser feliz, según Locke, se debe acomodar las pasiones a la razón, es ésta la que ha de dirigir nuestros deseos. Por tanto, aquí de lo que se trata es de cómo ser feliz siempre y cuando sea útil para el individuo. No se podría alcanzar la felicidad sin una educación que limitase nuestros propios deseos más instintivos en favor de nuestra propia salud. Pues a ojos de Locke, la preservación de la salud no es solo algo útil sino también racional. De ahí indique la necesidad de una escasa alimentación en tanto en cuanto no se caiga en un deseo opulento, abundante que pueda poner en riesgo nuestra salud. Por mucho que Locke sea un empirista, es decir, que la realidad sea percibida por nuestros sentidos, la educación tiene un peso especial para alcanzar la felicidad, siendo la razón la guía de nuestras pasiones. Mens sana in corpore sano. No hay nada más útil que la preservación de la salud.
Así pues, el objetivo es un espíritu disciplinado y restringido de pasiones, de donde lógicamente desarrollará sus reticencias hacia las prohibiciones y el castigo, que verá como nocivas para las propias pretensiones egoístas pasionales.
Bacanal, Michel-Ange Houasse
Madame Stäel, francesa cuyo nacimiento se produjo antes de la Revolución francesa, en 1766, también escribió sobre las pasiones. Esta vez, como felicidad en el individuo y como felicidad colectiva dentro de las naciones. Según ella, las pasiones son un verdadero obstáculo para la felicidad. Son un lastre que arrastran al ser humano hacia la anulación de su propia voluntad. La política por tanto, se entiende como un instrumento de descubrimiento para manejar las pasiones colectivas. Stäel nunca hablará de anularlas. Pues sería en el caso de que no hubiera pasiones, la única forma de descubrir la felicidad dentro de un Estado, y por tanto, calcularla.
Se podría calcular dentro de una colectividad, pero la concreción que ella hace en torno a la felicidad sería en forma de equilibrio, un equilibrio de contrarios. Por ejemplo, esperanza sin el temor, la gloria sin la calumnia; o en el caso de una nación: conciliar la libertad de las repúblicas con la tranquilidad de las monarquías, el espíritu militar en exterior con el respeto de las leyes en el interior, etcétera.
Immanuel Kant elaboró un imperativo categórico como forma de virtud personal que derivase en un bien colectivo moral. Actuar de forma que tu comportamiento aspire a convertirse en ley universal. Una exigencia ética para transformarse en una moralidad común y así conseguir una felicidad no solo individual sino colectiva a través de un Estado racional de derecho. De esta manera, las pasiones quedarían delimitadas a aquellas que cada individuo sea capaz de admitir en reciprocidad. Aquellas pasiones que otros puedan exteriorizar y que deban ser legítimas pues nosotros mismos también deberíamos tener el derecho a mostrarlas, sentirlas y adecuarlas en convivencia.
La pregunta que ahora deviene es, ¿qué relación existe entre las pasiones y la felicidad? Y mediante este binomio, ¿cuál es la ligadura y la injerencia entre la individualidad y la colectividad? ¿Podríamos ser felices en una vida no pasional? De ser así, ¿podríamos restringirlas o son intrínsecas a la naturaleza humana? ¿Debemos limitar y/o anular solo algunas o en su totalidad? Decía Locke que es la razón la que la que debe guiar nuestros deseos, y de ahí, la educación. Pero ¿qué tipo de racionalidad existiría entonces? Quizás solo una, la razón matemática-lógica y artificial. El mundo quizás solo degeneraría en Uno. Mientras tanto, Hume, quizás algo más empirista que Locke, diría que es la razón la que debe estar al servicio de las pasiones y no al revés.
Pues como humanos sentimentales y emocionales, por mucha educación universal y de calidad que proporcionemos para mejorar nuestra naturaleza al más puro estilo de Rousseau, la razón amansará y condicionará la pasión, pero siempre ésta primará sobre la razón en cuanto a la toma de decisiones que rija la conducta tanto individual como colectiva. De lo contrario, tal y como opinaba Stäel, quizás podríamos calcular una felicidad racionalizada y por tanto, una lineal filosofía de la historia y en consecuencia, su final como el fin de la historia.
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