Guerra Fría 2.0
La guerra de Ucrania supone una prolongación de las cuestiones sin resolver derivadas del fin de la Guerra Fría. La URSS perdió y se disolvió. Pero con ello surgió un resentimiento nacional dentro del Estado más extenso del mundo, que tuvo que reconfigurarse y volver a una organización fronteriza limítrofe como la del imperio de los Romanov del siglo XVII.

Ucrania vs Rusia
El 24 de febrero del año 2022 Rusia invadió Ucrania. Existe toda una corriente de opinión tanto a favor como en contra. De rechazo y de justificación. De manipulación informativa y propagandista. Y también, respecto del abrigo de nuestras propias convicciones ideológicas y/o identitarias como individuos dentro de una sociedad, para decantarnos por una posición o por otra. La reflexión concerniente a los motivos, a los porqués, quedan en un segundo o tercer plano cuando queremos adentrarnos en un análisis del actual conflicto. Lo que tristemente suele primar es, aquella posición que más favorezca a nuestros ideales. Aunque se alejen completamente de la realidad o de la propia lógica (palabras sin contradicción).
Y es que, como indicaba la prestigiosa teórica política, Hannah Arendt, debemos debatir sobre las verdades de hecho, para intentar alcanzar una verdad dialógica entre todos. Es decir, el 24 de febrero del año 2022, Rusia invadió Ucrania y no al revés. Que Rusia considere que parte de Ucrania le pertenece es otro cantar. Que Rusia considere que no es una invasión y que es una operación militar especial, poco importa. Que Ucrania sea un régimen nazi que quiere oprimir a poblaciones prorrusas del Dombás, es harto relativo. Para Arendt lo que importa es que Rusia como Estado soberano, se adentró dentro de otro Estado soberano, el ucraniano (soberano y reconocido por Rusia a través del Memorándum de Budapest). Y es a partir de aquí, desde donde creemos debe partir cualquier tipo de análisis y posición al respecto. O por lo menos, así lo creemos desde este medio.
Para entender mejor tal conflicto, debemos irnos hasta la disolución de la URSS y del bloque comunista el 26 de diciembre de 1991. Ucrania, junto con otras 14 repúblicas, conformaban la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas) desde 1922. La más grande, relevante y poderosa era Rusia. Que es la que actualmente se autoproclama como la heredera de la URSS y la nostálgica de la era gloriosa zarista del imperio ruso. La disolución de la URSS supuso un varapalo nacional identitario para la nación rusa, que veían como la cultura occidental, la economía de mercado, las democracias liberales, etcétera, se alzaban como los garantes de los valores y la cultura global con capacidad de imposición a otras potencias. Y es que Rusia, ha sido desde siglos la cultura receptora y propagadora del cristianismo ortodoxo, cultura propia del Imperio Bizantino, y por tanto, con un crecimiento cultural diferente y separado de Europa pero en Europa.

Señal de New Cold War
Pero no solo eso, sino que también, el terrible siglo XX finalizaba con algunas heridas sin cicatrizar. Después de la Segunda Guerra Mundial, se produjo el período de descolonización. Las potencias europeas y occidentales bajo el imperialismo de la segunda mitad del XIX, llevaron a cabo una serie de incursiones opresoras en África y en Asia, que tras 1945 habían de resolverse en aras de la paz, y permitir que los países subyugados accedieran a la independencia. Aunque, esto solo pudo producirse bajo cruentas luchas y costes en vidas -cosa de enorme curiosidad es que países oprimidos bajo occidente en el XIX sean a día de hoy grandes potencias económicas y militares, tales como China e India, ¿por qué?-. El problema de las nacionalidades y de la ordenación territorial en base a un Estado-Nación -principal motivo de las guerras mundiales- todavía no estaba resuelto en la postguerra. Tampoco en la década de los 90 con la Guerra de los Balcanes y con la caída de la URSS. Ni tampoco en el año 2023.
En 1994 se firmó el Memorándum de Budapest, por el cual Ucrania, Bielorrusia y Kazajistán debían desarmarse nuclearmente. Pues tal armamento se suponía y debía volver a aquella república que representaba a la extinta URSS, Rusia. A cambio EEUU, Reino Unido y la propia Rusia, se comprometían a garantizar la seguridad política y territorial de Ucrania.
En agosto de 1975, se firma el Acta Final de Helsinki para establecer y garantizar las fronteras surgidas después de la IIGM, cuyo principal precursor fue la Unión Soviética. La modificación de las fronteras debía hacerse sin el uso de la fuerza. Es decir, las fronteras serían modificables, pero de acorde al Derecho Internacional, por medios pacíficos y por acuerdo.
El 21 de diciembre de 1991 se firmó la Declaración de Almá-Atá por el cual la URSS quedaría disuelta y Rusia como representante y heredera directa respetaría la integridad territorial y la soberanía, no solo de Ucrania, sino también del resto de los 9 países firmantes ex soviéticos. No es necesario profundizar mucho más para determinar que con la invasión de Crimea en 2014 y con la invasión del resto de Ucrania en 2022 se violan los tratados y las declaraciones suscritas por Rusia después y se desmembrara la URSS. Cabe recordar, igualmente, el tratado entre Rusia y Ucrania en 1997 por la cual el Estado ucraniano cedía temporalmente la base naval de Sebastopol a Rusia a cambio conseguir finalmente, que la península de Crimea siguiera en posesión de Ucrania.
Pero, ¿por qué tales violaciones de derecho internacional, y de falta de legitimidad y desconfianza hacia la cooperación internacional? Muchas son las cuestiones y respuestas que puedan darse para contestar a tal pregunta. Pero desde el presente artículo nos decantamos por dos, exclusivamente, de vital relevancia para entender el conflicto entre ambas naciones. Las respuestas son: el nacionalismo y el autoritarismo. El nacionalismo tanto ruso como ucraniano y el autoritarismo ruso representado por una figura populista, personalista, y también por supuesto, nacionalista ruso. Y es que Vladimir Putin, está al poder del país más grande del mundo en extensión, y de una potencia nuclear y cultural. Un gobernante nostálgico no solo de la Unión Soviética, sino también de la época de la Rusia imperial, que a partir del siglo XVI empieza la conquista del vasto territorio ruso de la actualidad. Un líder que para bien o para mal, puede intentar hacer realidad y conectar sus aspiraciones personales con las aspiraciones del Estado ruso.

Manifestación en Moscú contra la invasión de Crimea
Vladimir Putin, es el encargado de llevar a Rusia a la victoria en la revancha de la Guerra Fría. Y si no perdemos de vista el exacerbado nacionalismo ruso, la noción de pérdida identitaria respecto al panorama político internacional, la nostalgia por el pasado ruso, y la figura populista y personalista de un líder encargado de encarnar todas estas premisas, tendremos mucho terreno ganado a la hora de analizar el conflicto en suelo ucraniano. Por eso, lo podemos resumir en una pugna por las ideas. Por las ideas del orden internacional, por las ideas europeas, y por las encarnadas por Rusia. Entre las democrático liberales y entre las nacionalistas rusas eslavófilas, a la suerte de un autócrata, que no ha dudado en ningún momento en utilizar a la Unión Europea -y otros tantos países contrarios al conflicto- para sus propios intereses expansionistas. O más bien, los supuestos intereses de la nación rusa.
Tras la finalización de la Guerra Fría, no solo el Estado ruso hubo de reconfigurarse nacional y territorialmente. También lo hicieron aquellos países que estuvieron a su albur. Comunidades rusófonas quedaron fuera de Rusia, en las antiguas repúblicas soviéticas. Mientras que en estos Estados exsoviéticos, la necesidad de homogeneizarse y afianzarse nacionalmente era vital para su existencia. Sus culturas, sus símbolos y relatos nacionales tuvieron que reinventarse en base a nuevas concepciones del pasado y también del cuasi presente soviético. Parte de la población rusa en los Estados postsoviéticos fue forzada a la nueva nacionalización para revertir una rusificación que ya comenzó en la Rusia imperial, cuando se prohibía el habla del ucraniano, por ejemplo. Las homogeneizaciones nacionales-culturales siempre son injustas.
Y es que Ucrania se encuentra entre Rusia y la Unión Europea. También se ha encontrado desde el inicio de su existencia -desde la creación del Principado de Galitzia-Volonia en torno al año 1200- entre grandes imperios, como son el Imperio Mongol, el Imperio Otomano, el Imperio ruso, y el Imperio Austro-húngaro, entre otros. Pero tuvo, este último, una relación importante para los ucranianos. Pues se les permitió llevar a cabo unas políticas más liberales y de tolerancia hacia su cultura y su lengua. Pudiendo resurgir su propia identidad nacional. Una propia identidad nacional que, al menos en la parte occidental del río Dniéper, se iría consolidando bajo los influjos de la cultura occidental al amparo de la Mancomunidad de Polonia-Lituania de segunda mitad del siglo XVI. Quedando la parte este bajo influencia zarista.
Y es que, a día de hoy nos encontramos en un clima de desconfianza en el cual se va dividiendo el mundo en bloques. Poco a poco. Aunque se puede revertir en cualquier momento. Quién sabe. Lo cierto es que Ucrania representa un división entre Europa y Rusia. Donde se pueden escuchar acusaciones de fascismo, de amenaza nuclear, de amenaza al Estado ruso, de la expansión de la OTAN, de sanciones financieras, de inflación, de nuevas alianzas, de reordenación del orden mundial, del papel de China, de Taiwán… la mayoría de ellas sin fundamento lógico. Todas, parecieran ser hijas herederas del final de la Guerra Fría. Parece que la historia sigue su curso. Y todavía existen algunos grandes conflictos por resolver. La experiencia comunista, al menos por ahora, parece resuelta. No así, los nacionalismos y los deseos de expansión territorial y de reordenación de los Estados nación.
Porque una vez aceptada la economía de mercado a nivel internacional, la esfera se traslada o se consolida en lo político. Asistiendo a democracias vs autocracias, todas ellas bajo una economía de mercado que defender y una nación a la que representar.
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