La masacre de Volinia, una limpieza étnica durante la Segunda Guerra Mundial

por | POLÍTICA INTERNACIONAL

La masacre de Volinia es adentrarse en uno de los episodios más oscuros y menos conocidos de la Segunda Guerra Mundial. No se trata únicamente de un hecho bélico, sino de un fenómeno profundamente enraizado en la historia nacionalista de Europa del Este.

Memorial víctimas de Volinia, Domostawa, Polonia

Memorial víctimas de Volinia, Domostawa, Polonia

Para comprender qué ocurrió en Volinia entre 1943 y 1944, es imprescindible retroceder en el tiempo y observar cómo esta región, situada entre los ríos Prípiat y Bug Occidental, fue un espacio fronterizo disputado por múltiples potencias, un crisol de pueblos y religiones que, en lugar de convivir en armonía, se vio atrapado en dinámicas de dominación, resentimiento y violencia.

Volinia, conocida en polaco como Wołyń y en ucraniano como Volýn, fue desde la Edad Media un territorio de frontera. En el siglo X formó parte de la Rus de Kiev, y posteriormente se constituyó como el Principado de Volinia, que más tarde se unió al de Galitzia para formar el Principado de Galitzia-Volinia. Durante el siglo XIV, tras la fragmentación de este principado, la región fue repartida entre Polonia y Lituania, y con la Unión de Lublin de 1569 pasó a integrarse en la República de las Dos Naciones, donde convivieron polacos, ucranianos, judíos, armenios y menonitas. Esta diversidad, sin embargo, no fue sinónimo de igualdad: la nobleza polaca dominaba la tierra, mientras que la mayoría campesina ucraniana quedaba subordinada. La tensión social se mezclaba con la religiosa, pues los polacos eran mayoritariamente católicos latinos, mientras que los ucranianos se identificaban con la Iglesia ortodoxa o con la greco-católica.

El siglo XVIII trajo nuevas transformaciones. Tras las particiones de Polonia, Volinia quedó dividida entre el Imperio ruso y el Imperio austríaco. Bajo dominio ruso, la región experimentó políticas de rusificación, aunque la población ucraniana mantuvo su identidad cultural. A finales del siglo XIX, se asentaron allí colonos alemanes y checos, lo que añadió más capas a la compleja composición étnica. Tras la Primera Guerra Mundial y la guerra polaco-soviética, el Tratado de Riga de 1921 otorgó Volinia a la Segunda República Polaca. Fue entonces cuando se intensificaron las tensiones: el Estado polaco impulsó una política de polonización, reduciendo drásticamente las escuelas en lengua ucraniana, reprimiendo la Iglesia ortodoxa y favoreciendo el asentamiento de colonos polacos en tierras tradicionalmente ucranianas. Entre 1921 y 1939, se calcula que entre 100.000 y 300.000 colonos polacos se establecieron en Volinia, alterando el equilibrio demográfico y generando resentimiento entre los campesinos ucranianos.

Ese resentimiento fue el caldo de cultivo para el auge del nacionalismo ucraniano. La Organización de Nacionalistas Ucranianos (OUN), fundada en 1929, defendía la creación de un Estado ucraniano independiente y étnicamente homogéneo. Inspirada en ideologías autoritarias y fascistas, la OUN veía a los polacos como ocupantes y a los judíos como enemigos. Con la invasión alemana de Polonia en 1939, Volinia pasó primero a manos soviéticas y luego, tras la Operación Barbarroja en 1941, a manos alemanas. La ocupación nazi agravó la situación: mientras los alemanes explotaban los recursos y reprimían a la población, los nacionalistas ucranianos vieron una oportunidad para avanzar en su proyecto de independencia. En 1942 se creó el Ejército Insurgente Ucraniano (UPA), brazo armado de la OUN, que pronto se convirtió en protagonista de la violencia en la región.

Manifestación sobre Volinia en Breslavia, Polonia.

Manifestación sobre Volinia en Breslavia, Polonia.

La masacre de Volinia comenzó en 1943, en un contexto en el que Alemania empezaba a retroceder en el frente oriental. Los líderes de la OUN y del UPA calcularon que la derrota alemana era inminente y que, para garantizar un futuro Estado ucraniano, era necesario eliminar la presencia polaca en Volinia y en la vecina Galitzia oriental. La estrategia fue clara: expulsar o exterminar a la población polaca para crear un territorio étnicamente puro. El 11 de julio de 1943, conocido como el “Domingo sangriento”, se produjo el ataque más brutal: en un solo día, 99 localidades polacas fueron asaltadas simultáneamente. Hombres, mujeres, ancianos y niños fueron asesinados con armas de fuego, pero también con herramientas agrícolas como hoces, hachas y horcas. Las cifras varían según las fuentes, pero los historiadores polacos estiman que entre 80.000 y 120.000 civiles polacos fueron asesinados en Volinia y Galitzia entre 1943 y 1944. A su vez, en represalias, grupos polacos mataron a entre 10.000 y 15.000 ucranianos, aunque la magnitud de la violencia no fue comparable.

El carácter de la masacre ha sido objeto de intenso debate historiográfico. Para Polonia, se trató de un genocidio planificado, una limpieza étnica deliberada cuyo objetivo era erradicar la presencia polaca. Para algunos sectores en Ucrania, en cambio, se trató de un conflicto interétnico en el marco de la guerra, aunque esta interpretación ha sido criticada por minimizar la sistematicidad de los crímenes. Lo cierto es que la violencia fue organizada, con directrices claras de la OUN-UPA que instaban a destruir aldeas polacas, arrasar iglesias y borrar cualquier huella de la presencia polaca. El Instituto de la Memoria Nacional de Polonia ha identificado más de 2.800 lugares de crímenes en Volinia y la Pequeña Polonia oriental, lo que demuestra la extensión del fenómeno.

Más allá de las cifras, lo que resulta estremecedor es la brutalidad de los métodos empleados. Testimonios recogidos por sobrevivientes hablan de asesinatos con una crueldad indescriptible: familias enteras quemadas vivas en sus casas, niños empalados, mujeres embarazadas asesinadas con saña. La violencia no solo buscaba eliminar físicamente a los polacos, sino también aterrorizar a los sobrevivientes para forzarlos a huir. De hecho, cerca de medio millón de polacos fueron expulsados o huyeron de Volinia durante y después de la masacre. La región quedó transformada demográficamente: lo que había sido un mosaico multiétnico se convirtió en un espacio casi exclusivamente ucraniano.

La masacre de Volinia sigue siendo hoy una herida abierta en las relaciones entre Polonia y Ucrania. Durante la época comunista, el tema fue silenciado, pues la Unión Soviética no tenía interés en fomentar debates sobre nacionalismos que pudieran cuestionar su hegemonía. Solo tras la caída del comunismo en 1989 comenzó un proceso de memoria y reconciliación. En Polonia, el 11 de julio se conmemora como el Día de la Memoria de las Víctimas de la Masacre de Volinia. En Ucrania, sin embargo, la figura de algunos líderes de la OUN y del UPA, como Stepán Bandera, sigue siendo reivindicada como símbolo de la lucha por la independencia, lo que genera tensiones con Polonia. En 2023, en el 80 aniversario de la masacre, los presidentes Andrzej Duda y Volodímir Zelenski participaron juntos en una misa en Lutsk, gesto significativo aunque insuficiente para muchos polacos que esperan un reconocimiento explícito de responsabilidad.

El papel de la Unión Soviética también merece atención. Cuando el Ejército Rojo retomó Volinia en 1944, encontró una región devastada, con aldeas arrasadas y una población traumatizada. Los soviéticos aprovecharon la situación para consolidar su control: deportaron a los polacos supervivientes hacia las nuevas fronteras de Polonia (redibujadas en Yalta y Potsdam) y reprimieron duramente al UPA, que continuó resistiendo hasta principios de los años cincuenta. De este modo, la masacre de Volinia se inscribe en un proceso más amplio de homogeneización étnica en Europa del Este, donde millones de personas fueron desplazadas para crear Estados más “coherentes” desde el punto de vista nacional.