La Revolución Rusa

Tropas bolcheviques
A comienzos del siglo XX, Rusia era un vasto imperio autocrático gobernado por el zar Nicolás II, quien pertenecía a la dinastía Romanov, la cual había estado en el poder durante más de 300 años. Sin embargo, pese a su grandeza territorial, Rusia sufría de graves problemas estructurales. La mayoría de la población rusa, especialmente los campesinos, vivía en condiciones de extrema pobreza y estaba sujeta a una explotación severa por parte de una élite aristocrática y terrateniente.
El régimen zarista mantenía un sistema feudal que limitaba la movilidad social y reprimía cualquier forma de oposición. La creciente industrialización de las ciudades rusas a finales del siglo XIX atrajo a un gran número de trabajadores a los centros urbanos, pero esto no hizo más que agravar las tensiones sociales. Estos obreros, que vivían en condiciones miserables, empezaron a desarrollar una conciencia de clase que fue alimentada por las ideas socialistas y marxistas que se infiltraban desde Europa Occidental.
La guerra ruso-japonesa de 1904-1905 y la Primera Guerra Mundial (1914-1918) fueron dos grandes desastres militares que evidenciaron la debilidad del régimen zarista y la incapacidad del gobierno para manejar los problemas económicos y sociales del país. En la Primera Guerra Mundial, Rusia sufrió grandes pérdidas humanas y económicas. El descontento popular crecía exponencialmente, alimentado por el hambre, la inflación y la falta de reformas políticas.
En este contexto, la figura del zar Nicolás II se vio cada vez más desacreditada. Aunque en 1905, tras la revolución fallida de ese año, el zar había prometido reformas democráticas, incluido un parlamento llamado la Duma, en la práctica estas promesas no se materializaron de forma sustancial. El poder seguía concentrado en la figura del zar, y la represión política era una constante.

Stalin, Lenin y Kalinin, 1919
El primer estallido de la Revolución Rusa ocurrió en febrero de 1917, cuando una serie de huelgas y manifestaciones espontáneas en Petrogrado (hoy San Petersburgo) llevaron a la abdicación del zar Nicolás II. Las causas inmediatas de esta revuelta fueron las pésimas condiciones de vida de la población y el mal manejo de la guerra por parte del gobierno. Los soldados, cansados de la guerra, y los trabajadores, agobiados por la escasez de alimentos y los bajos salarios, se unieron en una insurrección que rápidamente se extendió por toda la capital. A pesar de los intentos del zar por sofocar la revuelta, el ejército se negó a disparar contra los manifestantes y, en muchos casos, se unió a ellos. Finalmente, el 15 de marzo de 1917, Nicolás II abdicó, poniendo fin a tres siglos de dominio de los Romanov.
Tras la abdicación del zar, se formó un Gobierno Provisional bajo la dirección de políticos moderados y liberales. Este nuevo gobierno, liderado por figuras como Alexander Kerensky, intentó llevar a cabo reformas políticas y continuar la guerra contra Alemania, pero se enfrentó a una oposición creciente. Los soviets, consejos de obreros y soldados que surgieron durante la revolución, empezaron a ganar poder e influencia, y exigían cambios más radicales. Entre los principales soviets, el de Petrogrado desempeñó un papel decisivo, controlado en gran parte por los bolcheviques y otras facciones socialistas.
El Gobierno Provisional pronto perdió apoyo, ya que no logró resolver los problemas más apremiantes de la sociedad rusa: la guerra, el hambre y la falta de tierra. En este ambiente, los bolcheviques, liderados por Vladimir Lenin, comenzaron a ganar popularidad con su promesa de «Paz, Pan y Tierra». Lenin regresó del exilio en abril de 1917 y rápidamente se convirtió en la figura central del movimiento revolucionario.
Lenin y los bolcheviques defendían la idea de que el gobierno debía pasar a manos de los soviets, en lugar de estar en las manos de los liberales burgueses que controlaban el Gobierno Provisional. A medida que el caos y la insatisfacción social aumentaban, Lenin organizó una toma del poder. En la noche del 25 de octubre de 1917 (7 de noviembre en el calendario occidental), los bolcheviques llevaron a cabo un golpe de Estado que derrocó al Gobierno Provisional.
Este evento, conocido como la Revolución de Octubre, fue relativamente incruento y rápido. Sin embargo, marcó el inicio de una profunda transformación política en Rusia. Los bolcheviques, que se consideraban los verdaderos representantes del proletariado, comenzaron a implementar una serie de medidas radicales. Entre ellas, la retirada de Rusia de la Primera Guerra Mundial, la expropiación de tierras de los terratenientes y la nacionalización de las fábricas.
Tras la Revolución de Octubre, Rusia se vio inmersa en una devastadora guerra civil entre los bolcheviques (el Ejército Rojo) y sus opositores (el Ejército Blanco), compuesto por monárquicos, liberales, nacionalistas y fuerzas extranjeras que querían evitar el establecimiento del comunismo en Rusia. Esta guerra, que duró hasta 1923, fue brutal y costó la vida de millones de personas. Durante el conflicto, los bolcheviques consolidaron su poder y eliminaron a la oposición política mediante la represión, incluida la ejecución del zar Nicolás II y su familia en 1918. Finalmente, los bolcheviques emergieron victoriosos y, en 1922, se proclamó la creación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), un nuevo Estado basado en los principios marxistas-leninistas.
La Revolución Rusa de 1917 marcó el inicio de una nueva era en la historia mundial. Para muchos, fue una fuente de esperanza, al demostrar que el poder podía estar en manos de los trabajadores y campesinos. Sin embargo, el sistema que emergió de la revolución también trajo consigo represión política, hambrunas y la creación de un estado totalitario bajo Stalin, lo que llevó a una visión más crítica del comunismo soviético en las décadas posteriores.
La revolución también tuvo un impacto duradero en la política global, ya que inspiró movimientos comunistas en todo el mundo y fue un factor crucial en la configuración del conflicto ideológico de la Guerra Fría entre la Unión Soviética y Estados Unidos. Hoy, el legado de la Revolución Rusa sigue siendo objeto de debate: ¿fue un faro de justicia social o el origen de un régimen opresivo? Lo indiscutible es que la Revolución Rusa cambió el rumbo de la historia, transformando no solo a Rusia, sino también el mundo entero, marcando el inicio de un nuevo orden social y político que influiría profundamente en el siglo XX.
Bolcheviques vs Mencheviques
Los bolcheviques y mencheviques fueron las dos principales facciones del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (POSDR), que surgieron tras su división en 1903. Ambos grupos compartían el objetivo de derrocar al régimen zarista y establecer una sociedad socialista, pero diferían en sus enfoques sobre cómo lograrlo.
Los bolcheviques, liderados por Vladimir Lenin, defendían la creación de un partido revolucionario altamente centralizado y compuesto por revolucionarios profesionales. Creían que solo una vanguardia disciplinada podía liderar al proletariado y dirigir la revolución. Lenin argumentaba que la clase trabajadora, por sí sola, no podría desarrollar una conciencia revolucionaria plena y, por lo tanto, era necesario que el partido actuara como una fuerza dirigente. Esta concepción centralizada y elitista del partido era vista por los bolcheviques como esencial para la eficacia y el éxito de la revolución.
Por otro lado, los mencheviques, liderados por Julius Martov, favorecían un enfoque más inclusivo y democrático. Proponían un partido más amplio, que incluyera a todos los trabajadores y simpatizantes socialistas, sin necesidad de ser revolucionarios profesionales. Creían que la revolución debía desarrollarse de manera más gradual, con la participación de la clase trabajadora en su conjunto y apoyada en amplias alianzas. En lugar de una insurrección violenta inmediata, los mencheviques sostenían que Rusia necesitaba primero pasar por una fase burguesa de desarrollo capitalista antes de avanzar hacia el socialismo.
Las diferencias entre ambos grupos se profundizaron tras la Revolución de 1905 y las tensiones aumentaron durante la Primera Guerra Mundial. Mientras los bolcheviques, bajo el liderazgo de Lenin, abogaban por la retirada inmediata de Rusia del conflicto, los mencheviques apoyaban la defensa de la patria en la guerra.
Finalmente, en 1917, durante la Revolución de Octubre, los bolcheviques tomaron el poder y establecieron el primer estado socialista del mundo. Los mencheviques, por su parte, fueron marginados y perseguidos bajo el nuevo régimen bolchevique. Esta victoria consolidó la posición de los bolcheviques como la fuerza dominante en el panorama político ruso, mientras que los mencheviques desaparecieron progresivamente como movimiento político relevante.
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