Los judíos en la Europa del XIX

por | CONFLICTO ISRAEL Y PALESTINA

Durante el siglo XIX, la situación de los judíos en Europa fue compleja y llena de desafíos. Fue un período en el que se alternaron avances hacia la emancipación y la igualdad con oleadas de discriminación, estereotipos profundamente arraigados y ataques violentos.

Manifestación a favor de la independencia

Judíos de Galitzia abandonando Rusia. 1914-1918

El siglo XIX fue una época de transformación política, social y económica en Europa. La Revolución Francesa (1789) y el movimiento napoleónico llevaron consigo ideales de igualdad y derechos individuales que influyeron en muchas partes del continente. Para los judíos europeos, este período representó una oportunidad sin precedentes para la integración social y la emancipación. En varios países, se les otorgaron derechos civiles, lo que les permitió acceder a profesiones, residir en ciudades sin restricciones y participar en la vida política.

En Francia, la emancipación de los judíos fue decretada en 1791, convirtiendo a Francia en el primer país en otorgarles plena ciudadanía. En otros lugares, los ideales de la Ilustración y la influencia de las reformas napoleónicas contribuyeron a la emancipación de los judíos, especialmente en países de Europa Central y Occidental. Este proceso de integración permitió a los judíos participar en la economía, la educación y la política, lo cual trajo consigo nuevas oportunidades pero también nuevas tensiones.

Con la emancipación, los judíos comenzaron a prosperar en diversas áreas, especialmente en el comercio, la banca y la academia. Sin embargo, este ascenso socioeconómico despertó recelos y temores entre la población no judía, particularmente en aquellos sectores que se sentían amenazados por la competencia económica. Además, el crecimiento de las ideas nacionalistas durante el siglo XIX complicó aún más la situación de los judíos en Europa.

El siglo XIX fue testigo del auge del nacionalismo, una fuerza política que promovió la idea de estados-nación basados en una identidad cultural, étnica y lingüística compartida. En este contexto, los judíos fueron vistos a menudo como «extranjeros», un grupo que no encajaba en las nociones homogeneizadoras de nación que comenzaban a dominar el discurso político de la época.

Los movimientos nacionalistas promovían la idea de una unidad nacional basada en elementos comunes como el idioma, la religión y la cultura, y los judíos, por sus características distintivas, eran percibidos como ajenos a este ideal. En Alemania, por ejemplo, donde el nacionalismo floreció tras las Guerras Napoleónicas y con la unificación en 1871, los judíos fueron vistos como un elemento que no pertenecía al cuerpo de la nación alemana. Esto contribuyó a un resurgimiento de estereotipos y prejuicios antisemitas, que no se basaban solo en diferencias religiosas, sino también en una percepción étnica y racial.

El antisemitismo moderno comenzó a diferenciarse del tradicional odio religioso cristiano hacia los judíos (a menudo conocido como «antijudaísmo») para incorporar argumentos pseudocientíficos que los consideraban una «raza» inferior y potencialmente peligrosa. Esta nueva forma de antisemitismo, impulsada por teorías raciales que surgieron en la segunda mitad del siglo XIX, sostenía que los judíos, independientemente de sus creencias religiosas o su grado de asimilación, eran una amenaza para la nación.

Constitución Española, 1978

Torre de David, Jerusalén.

Otro aspecto importante que explica por qué los judíos fueron objeto de ataque en el siglo XIX es la cuestión económica. Con el proceso de emancipación, los judíos comenzaron a ocupar posiciones importantes en sectores como la banca, el comercio y las profesiones liberales, lo que provocó resentimiento y envidia en muchos segmentos de la población. En tiempos de crisis económica, los judíos fueron con frecuencia convertidos en chivos expiatorios, acusados de causar o agravar la situación.

Un ejemplo claro de esta dinámica se dio en la década de 1870, cuando Europa atravesó una severa depresión económica tras la caída de la bolsa de Viena en 1873. Esta crisis afectó a millones de personas, y muchos buscaron a alguien a quien culpar por sus penurias. Los judíos, debido a su visibilidad en ciertos sectores económicos, fueron señalados como responsables de las dificultades financieras. Se comenzó a difundir la idea de que los judíos ejercían un control desmedido sobre la economía y la política, lo cual contribuyó al fortalecimiento de prejuicios antisemitas.

Este tipo de resentimiento económico también fue fomentado por la creciente industrialización y urbanización de Europa. A medida que las comunidades judías se integraban en las ciudades, algunos sectores veían a los judíos como competidores indeseables que amenazaban los medios de vida tradicionales.

Si bien en Europa Occidental hubo avances en la emancipación de los judíos, en Europa Oriental, y particularmente en el Imperio Ruso, la situación fue muy distinta. La mayoría de los judíos europeos vivían en el imperio zarista, donde estaban sujetos a severas restricciones legales y sociales. Se les obligaba a residir en la Zona de Asentamiento, una región que abarcaba partes de lo que hoy son Polonia, Lituania, Ucrania y Bielorrusia.

Durante el siglo XIX, los judíos rusos sufrieron persecución constante y violencia en forma de pogromos, ataques organizados contra sus comunidades. Estos pogromos fueron particularmente brutales a partir de la década de 1880, tras el asesinato del zar Alejandro II en 1881. Aunque los judíos no estuvieron involucrados en el asesinato, se les culpó del descontento y las autoridades rusas utilizaron estos ataques como una forma de desviar el descontento popular.

Los pogromos tuvieron un impacto devastador en las comunidades judías, llevándolas a la pobreza extrema y obligando a muchas familias a emigrar. Esta persecución llevó a una gran ola de migración de judíos desde Europa del Este hacia Europa Occidental y América, donde buscaron refugio de la violencia y la discriminación.

El antisemitismo religioso también persistió durante el siglo XIX, particularmente en Europa Oriental, donde la Iglesia Ortodoxa tenía una gran influencia. Los viejos estereotipos cristianos que presentaban a los judíos como responsables de la muerte de Jesucristo, como usureros o como enemigos de la verdadera fe, seguían siendo utilizados para justificar la discriminación y la violencia contra ellos.

Además, en la cultura popular europea, el judío fue retratado de manera negativa en la literatura, el teatro y otros medios. Obras como «El Judío de Malta» de Christopher Marlowe y «El mercader de Venecia» de Shakespeare, aunque escritas siglos antes, continuaron influyendo en las percepciones populares sobre los judíos. En el siglo XIX, escritores como Édouard Drumont en Francia contribuyeron al antisemitismo moderno con obras como «La Francia judía», que sostenían que los judíos controlaban el poder político y económico del país.

Uno de los textos antisemitas más infames de la historia, «Los Protocolos de los Sabios de Sion», fue publicado por primera vez en Rusia a finales del siglo XIX. Este panfleto falsificado pretendía ser un plan secreto elaborado por líderes judíos para dominar el mundo y se convirtió en un elemento central de la propaganda antisemita en las décadas siguientes. Los Protocolos ayudaron a consolidar la idea de una conspiración judía global, alimentando el miedo y la sospecha hacia los judíos, no solo en Europa Oriental sino también en Europa Occidental. Este tipo de teorías conspirativas fortaleció el antisemitismo, proporcionando una justificación aparente para quienes veían a los judíos como una amenaza para el orden social y político.

El siglo XIX fue un período de contrastes para los judíos de Europa. Mientras en algunos países experimentaron la emancipación y lograron integrarse en la sociedad, en otros fueron objeto de persecuciones y ataques que los marcaron profundamente. La combinación del nacionalismo, la competencia económica, el antisemitismo religioso y la difusión de teorías raciales y conspirativas contribuyó a la discriminación y violencia que sufrieron los judíos en diversas partes del continente.

A pesar de los avances logrados, el antisemitismo nunca desapareció por completo y, de hecho, se intensificó en algunos momentos y lugares. La situación de los judíos en el siglo XIX sentó las bases para los acontecimientos del siglo XX, incluidos los horrores del Holocausto, que serían el punto culminante de siglos de odio y persecución. El análisis sobre la situación de los judíos en Europa en el siglo XIX nos ayuda a comprender cómo los prejuicios y estereotipos pueden evolucionar y adaptarse a nuevas realidades sociales, políticas y económicas, y cómo es necesario un esfuerzo constante para combatir el odio y la discriminación en todas sus formas.