¿Qué fue el oro de Moscú?

por | POLÍTICA INTERNACIONAL

Se refiere a uno de los episodios más cruciales y debatidos de la Guerra Civil Española: El oro de Moscú supuso el traslado de la práctica totalidad de las reservas de oro del Banco de España, pertenecientes a la Segunda República Española, a la Unión Soviética de Iósif Stalin.

Juan Negrín, centro. Ideológo del oro de Moscú

Juan Negrín, centro. Ideológo del oro de Moscú

Esta decisión, tomada en el fragor de la batalla por la supervivencia de la República, se convirtió en un arma arrojadiza para la propaganda franquista y, aún hoy, genera un intenso debate sobre su necesidad, su legitimidad y, sobre todo, su destino final. Para entender este capítulo, no podemos juzgarlo con los ojos del presente; debemos sumergirnos en el Madrid asediado de 1936.

El contexto: La República aislada y la Guerra Civil Española

Para comprender por qué un gobierno movería sus cimientos financieros al extranjero, hay que entender el pánico y el aislamiento de 1936. El 18 de julio, un golpe de Estado militar fracasó en su intento de tomar el poder rápidamente, pero triunfó en fracturar España. La Guerra Civil Española había comenzado. El bando sublevado, liderado eventualmente por Francisco Franco, no tardó en recibir un apoyo militar masivo, decisivo y constante de la Alemania nazi de Hitler y la Italia fascista de Mussolini. Aviones, tanques, «voluntarios» y asesores llegaban para nutrir la maquinaria de guerra nacionalista.

¿Y la República? El gobierno legítimo del Frente Popular, elegido en las urnas, se encontró con un muro. Las grandes democracias occidentales, Gran Bretaña y Francia, optaron por la vía de la «No Intervención». Temerosos de que el conflicto español escalara a una guerra europea (y, en el caso británico, con un profundo temor al comunismo), crearon un comité que, en la práctica, impuso un embargo de armas al gobierno legal. Franco seguía recibiendo ayuda; la República, en cambio, se ahogaba.

En este escenario de asfixia internacional, con las tropas sublevadas avanzando implacablemente hacia Madrid en el otoño de 1936, el gobierno republicano se enfrentaba a dos problemas existenciales:

  1. El riesgo militar inmediato: Las reservas de oro de España, la cuarta más grande del mundo en ese momento, se encontraban en la cámara acorazada del Banco de España, en la Plaza de Cibeles, en Madrid. Si Madrid caía, el tesoro que debía financiar la guerra caería en manos de Franco.
  2. La necesidad de armas: Sin crédito internacional y con el embargo de la No Intervención, la República necesitaba comprar material bélico urgentemente. Y para comprar, necesitaba pagar.

Solo dos países ofrecieron ayuda tangible: México, con apoyo moral y fusiles, y la Unión Soviética. Stalin vio en España una oportunidad: frenar el avance del fascismo, ganar un aliado en Europa occidental y, quizás, demostrar la fiabilidad de la URSS. Pero esa ayuda no sería gratuita. El oro era la única garantía.

La decisión crucial: Negrín y la necesidad de actuar

La figura central en esta trama no es un militar, sino un médico y político socialista: Juan Negrín, ministro de Hacienda en el gobierno de Francisco Largo Caballero. Negrín, un hombre pragmático y resolutivo, comprendió la situación con una claridad brutal: sin armas, la guerra estaba perdida; sin oro, no habría armas.

La decisión de mover el oro fue polémica desde su concepción. Se tomó en secreto, amparada en un decreto reservado firmado por el presidente Manuel Azaña el 13 de septiembre de 1936. Este decreto, una modificación de la «Ley de Ordenación Bancaria», facultaba al ministro de Hacienda a «transportar, con las mayores garantías, al lugar que estime de más seguridad, las existencias de oro, plata y billetes» del Banco de España.

Es fundamental entender que esta decisión se tomó de espaldas al consejo de gobierno del propio Banco de España. Fue una acción ejecutiva del gobierno en tiempos de guerra. Los ideólogos fueron Negrín, quien la diseñó, y el presidente del Consejo de ministros, Largo Caballero, quien la consintió, aunque más tarde mostraría sus reticencias. Los ejecutores serían hombres de confianza del Ministerio de Hacienda y, crucialmente, agentes soviéticos.

La elección de Moscú no fue casual. Francia había demostrado no ser fiable; un envío de oro anterior a París, mucho menor (unas 174 toneladas), conocido como el «oro de París«, se utilizó para intentar estabilizar el franco y obtener divisas, pero la presión de la No Intervención complicaba su uso. Moscú era el único lugar seguro, lejos del alcance de las bombas de la Legión Cóndor, y era la sede del único proveedor de armas dispuesto a vender a gran escala.

La operación de traslado, digna de una novela de espías, comenzó la noche del 14 de septiembre de 1936. Durante varias noches, convoyes de carabineros cargaron miles de cajas de madera en camiones. El destino: la base naval de Cartagena.

La operación de traslado: de Cibeles a Odesa

Hablamos de cifras que marean. La reserva de oro del Banco de España en julio de 1936 ascendía a unas 702 toneladas de oro fino. Lo que se decidió enviar a Moscú fue el grueso de esta fortuna: 510 toneladas de oro, principalmente en monedas de diversas nacionalidades (doblones españoles, luises franceses, libras esterlinas, dólares americanos). Esto representaba el 72,6% del total de las reservas. Su valor en 1936 se estimaba en unos 518 millones de dólares (equivalentes a miles de millones en la actualidad).

Las 7.800 cajas repletas de oro fueron transportadas por tren y camión hasta los polvorines de La Algameca, en Cartagena. Allí esperaron, bajo custodia, la llegada de los barcos.

Quien supervisó la operación in situ fue un agente de la NKVD (la policía secreta soviética) que usaba el seudónimo de Alexander Orlov. Entre el 25 de octubre y el 2 de noviembre de 1936, cuatro buques mercantes soviéticos (el KIM, el Neva, el Kursk y el Volgoles) fueron cargados con el tesoro español. Zarparon rumbo a Odesa, en el Mar Negro, donde llegaron a principios de noviembre.

Desde Odesa, el oro fue trasladado en trenes blindados, bajo una seguridad extrema, hasta el Gokhran, el Depósito Estatal de Objetos de Valor de la URSS, en Moscú. Allí, los funcionarios soviéticos realizaron un minucioso recuento. El 6 de noviembre, el embajador español en Moscú, Marcelino Pascua, firmó el protocolo de recepción.

Aquí yace una de las claves de la controversia: ¿en concepto de qué se entregó el oro? No fue un pago directo, ni una cesión. Formalmente, se constituyó un depósito. El oro seguía siendo propiedad de la República Española, pero quedaba bajo custodia soviética. Sin embargo, este depósito era, en la práctica, la garantía y la fuente de pago para el material militar que Stalin comenzó a enviar.

¿Qué fue del oro de Moscú una vez en Rusia?

Una vez el oro estuvo seguro en las cámaras acorazadas del Gokhran, la URSS abrió una «cuenta especial» (la cuenta X) a nombre de la Hacienda republicana. El oro no se utilizó directamente; la Unión Soviética no necesitaba oro, necesitaba divisas fuertes.

Póster Liga de Jóvenes Comunistas de la URSS

Póster Liga de Jóvenes Comunistas de la URSS

El mecanismo fue el siguiente: la URSS comenzó a vender el oro español en los mercados internacionales (principalmente Londres y París) para obtener libras esterlinas y francos franceses. Con esas divisas, teóricamente, compraba o suministraba el armamento que la República solicitaba.

Y aquí es donde la tragedia se tiñe de farsa. El debate académico sobre el oro de Moscú ya no se centra en si Stalin lo «robó» —la propaganda franquista sostuvo durante décadas que el oro fue simplemente saqueado—, sino en cómo se gestionó esa cuenta.

El historiador que más luz ha arrojado sobre esta contabilidad, gracias a la apertura de los archivos soviéticos, es Ángel Viñas. Su investigación demuestra que el oro, efectivamente, se gastó en su totalidad. No hubo robo en el sentido literal; hubo un pago. La cuestión es: ¿fue un pago justo?

Las críticas a la gestión soviética son demoledoras:

  1. Precios inflados: La URSS vendió a la República material militar a precios muy superiores a los del mercado. A menudo, el material estaba obsoleto o era de segunda mano (tanques T-26, aviones «Chatos» y «Moscas» que, aunque efectivos al principio, fueron superados).
  2. Manipulación del tipo de cambio: La URSS aplicó tipos de cambio arbitrarios y perjudiciales para la República en las operaciones de venta del oro y compra de rublos o divisas, quedándose con márgenes considerables.
  3. Cobros «creativos»: En la cuenta no solo se cargó armamento. Se cargaron los salarios de los asesores soviéticos, los costes de transporte, propaganda e incluso, según algunas fuentes, apoyo logístico a las Brigadas Internacionales.
  4. Falta de transparencia: La gestión de la cuenta era opaca. Juan Negrín, ya como Presidente del Gobierno (sustituyendo a Largo Caballero en 1937), centralizó el control de las compras, pero la contabilidad final dependía de Moscú.

Para finales de 1938, apenas dos años después de su envío, la cuenta estaba prácticamente agotada. Las 510 toneladas de oro se habían esfumado. La República Española había gastado su inmensa fortuna y, militarmente, estaba al borde del colapso.

¿Hubo alguna compensación posterior de la URSS por el oro?

La respuesta es rotunda: no.

El oro de Moscú se gastó. Se licuó para comprar tanques que acabaron calcinados en la Batalla del Ebro, aviones que fueron derribados en el cielo de Madrid y fusiles que dispararon sus últimas balas en la ofensiva de Cataluña.

Cuando Franco ganó la guerra en abril de 1939, una de sus primeras obsesiones diplomáticas fue la reclamación de este oro. El régimen franquista construyó el mito del «robo» soviético, presentándolo como la prueba de la traición comunista y la sumisión de la República a Stalin. La URSS, por supuesto, siempre se negó, alegando que se trataba de un pago legítimo por servicios y materiales prestados a un gobierno soberano.

Durante la Guerra Fría, esta reclamación fue una constante. Tras la muerte de Franco y el restablecimiento de relaciones diplomáticas plenas entre España y la URSS en 1977, el asunto se volvió a plantear, pero más como un trámite histórico que como una reclamación viable. Los soviéticos mantuvieron su postura: la cuenta estaba saldada.

Hoy, el oro de Moscú ya no es un activo financiero. Es un símbolo histórico. Para unos, representa la inevitable y trágica decisión de un gobierno acorralado que tuvo que elegir al único aliado dispuesto a ayudarle, pagando un precio exorbitante por ello. Juan Negrín defendió hasta su muerte que, de no haber movido el oro, este habría caído en manos de Franco en 1936, la guerra se habría perdido en meses, y el resultado habría sido el mismo, pero más rápido. Su lema era «resistir es vencer».

Para otros, es el símbolo de la ingenuidad republicana y la astucia depredadora de Stalin, que utilizó la Guerra Civil Española para sus propios fines geopolíticos, cobrándose la factura con el tesoro de una nación. El oro se fue, la guerra se perdió, y las cajas vacías en el Banco de España se convirtieron en la metáfora perfecta del fin de la Segunda República Española.

 

Bibliografía Académica

Para la elaboración de este artículo, se han consultado fuentes de referencia en la historiografía sobre la Guerra Civil Española y la economía del conflicto:

  • Viñas, Ángel. (1976). El oro español en la guerra civil. Instituto de Estudios Fiscales. (La obra pionera que desmitificó el «robo» y abrió el debate contable).
  • Viñas, Ángel. (2006). El oro de Moscú: Alfa y omega de un mito franquista. Ediciones Península.
  • Martín-Aceña, Pablo. (2001). El Oro de Moscú y el Oro de Berlín. Taurus Ediciones. (Un análisis comparativo y económico fundamental desde la perspectiva del Banco de España).
  • Miralles, Ricardo. (2003). Juan Negrín: la República en guerra. Editorial Temas de Hoy.
  • Payne, Stanley G. (2012). The Spanish Civil War. Cambridge University Press.
  • Preston, Paul. (2013). El Holocausto Español: Odio y exterminio en la Guerra Civil y después. Debate.