La invasión soviética de las islas Kuriles

por | POLÍTICA INTERNACIONAL

Las islas Kuriles constituyen un archipiélago de más de treinta islas que se extiende a lo largo de 1.300 kilómetros entre la península de Kamchatka, en Rusia, y la isla japonesa de Hokkaidō. Su posición estratégica, en la frontera entre el mar de Ojotsk y el océano Pacífico, las convirtió en un espacio codiciado por imperios y potencias modernas.

Indígenas de las islas kuriles japonesas

Indígenas de las islas Kuriles japonesas

Antes de la invasión soviética de las islas Kuriles, estos territorios habían pertenecido al Imperio del Japón, aunque su historia es más compleja: durante siglos fueron habitados por pueblos indígenas ainu, y en el siglo XIX pasaron a ser objeto de tratados entre Rusia y Japón, como el Tratado de Shimoda (1855) y el Tratado de San Petersburgo (1875), que buscaban delimitar soberanías en un espacio donde la geografía y la geopolítica se entrelazaban.

El contexto internacional de la invasión soviética de las islas Kuriles

Para comprender la guerra de las islas Kuriles, es necesario situarse en el verano de 1945. La Alemania nazi había capitulado en mayo, y la atención mundial se centraba en el frente del Pacífico. Japón resistía a pesar de los bombardeos masivos y del bloqueo naval estadounidense. En este escenario, la Unión Soviética, que había permanecido neutral frente a Japón gracias al Pacto de Neutralidad de 1941, se comprometió en la Conferencia de Yalta (febrero de 1945) a entrar en guerra contra Tokio tres meses después de la derrota alemana. A cambio, recibiría concesiones territoriales, entre ellas el sur de Sajalín y las islas Kuriles.

El proceso de la invasión soviética de las islas Kuriles

La operación militar comenzó el 18 de agosto de 1945, apenas tres días después de la rendición oficial de Japón tras las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki. Aunque Tokio había aceptado la capitulación, las órdenes de rendición no siempre llegaban con claridad a las guarniciones aisladas, y en las islas Kuriles aún había decenas de miles de soldados japoneses preparados para resistir.

El desembarco inicial tuvo lugar en la isla de Shumshu, la más septentrional del archipiélago, frente a Kamchatka. Allí, unos 8.800 soldados soviéticos se enfrentaron a una guarnición japonesa de más de 12.000 hombres, apoyada por tanques ligeros y artillería costera. La batalla fue sangrienta: los soviéticos sufrieron más de 1.500 bajas entre muertos y heridos, mientras que los japoneses perdieron cerca de 1.000 combatientes. A pesar de la resistencia, la superioridad naval y aérea soviética inclinó la balanza. La Flota del Pacífico, reforzada con destructores y submarinos, aseguró el control marítimo, mientras que la aviación soviética bombardeaba posiciones japonesas en Paramushir y Shumshu.

Tras la conquista de Shumshu, las tropas soviéticas avanzaron hacia Paramushir y Onekotan. El 28 de agosto, la ofensiva se extendió a Iturup y Kunashir, las islas más cercanas a Hokkaidō. En total, más de 50.000 soldados japoneses fueron hechos prisioneros y trasladados a campos en Siberia, donde muchos permanecerían hasta principios de los años cincuenta. La rapidez de la operación sorprendió a los observadores internacionales: en menos de tres semanas, la Unión Soviética había consolidado un control absoluto sobre el archipiélago.

Un aspecto menos conocido es que la invasión no fue solo militar, sino también logística y administrativa. Moscú envió inmediatamente comisarios políticos y técnicos para organizar la transición, expulsando a la población japonesa civil —unas 17.000 personas— que habitaba las islas. Estas familias fueron repatriadas a Japón en condiciones precarias, mientras que colonos rusos y ucranianos comenzaron a instalarse en los años siguientes. Así, la invasión no solo transformó el mapa militar, sino también la composición demográfica y cultural del archipiélago.

Las islas Kuriles en la posguerra: tensiones irresueltas

Aunque la invasión soviética de las islas Kuriles fue un hecho consumado en 1945, el estatus legal del archipiélago sigue siendo objeto de disputa. Japón sostiene que las cuatro islas más meridionales —Iturup, Kunashir, Shikotan y Habomai— no forman parte de las Kuriles propiamente dichas, sino de los llamados “Territorios del Norte”, y que nunca debieron ser ocupadas. Moscú, en cambio, argumenta que la soberanía sobre todo el archipiélago fue reconocida en los acuerdos de Yalta y confirmada por la victoria militar.

En 1951, el Tratado de San Francisco, firmado entre Japón y las potencias aliadas, obligó a Tokio a renunciar a sus derechos sobre las Kuriles. Sin embargo, la Unión Soviética no firmó ese tratado, lo que dejó un vacío jurídico que Japón ha explotado desde entonces para reclamar los “Territorios del Norte”. En 1956, la Declaración Conjunta soviético-japonesa abrió la posibilidad de devolver Shikotan y Habomai a Japón una vez firmado un tratado de paz. Pero la Guerra Fría y la presión de Estados Unidos bloquearon cualquier avance. Washington temía que un acercamiento entre Tokio y Moscú debilitara la alianza estratégica en Asia, y condicionó su apoyo a Japón a que no aceptara un acuerdo parcial.

Durante las décadas siguientes, el conflicto permaneció congelado. La Unión Soviética reforzó su presencia militar en Iturup y Kunashir, construyendo bases aéreas y radares, mientras que Japón mantuvo la reclamación como parte de su política exterior. En los años noventa, tras la disolución de la URSS, hubo un breve momento de esperanza: el presidente ruso Borís Yeltsin y el primer ministro japonés Ryutaro Hashimoto exploraron fórmulas de compromiso. Sin embargo, la crisis económica rusa y la posterior llegada de Vladímir Putin al poder cerraron esa ventana.

Protestas rusas contra la entrega de las islas kuriles

Protestas rusas contra la entrega de las islas kuriles

Hoy, más de setenta años después, la disputa sigue sin resolverse. Japón considera que la ocupación es ilegal y mantiene el 7 de febrero como “Día de los Territorios del Norte”. Rusia, por su parte, ha invertido en infraestructura civil y militar para consolidar su control. La población actual ronda los 20.000 habitantes, en su mayoría rusos, y la memoria japonesa ha quedado reducida a asociaciones de antiguos residentes y descendientes.

En la actualidad, las islas están bajo administración rusa, con una economía basada en la pesca, la explotación de recursos naturales y subsidios estatales. Japón sigue reclamando los “Territorios del Norte”, y cada año se celebran manifestaciones simbólicas en Hokkaidō para recordar la pérdida. La disputa ha impedido la firma de un tratado de paz formal entre ambos países, lo que convierte a la relación ruso-japonesa en una de las más anómalas de la posguerra.

Nuevos retos a futuro

El futuro plantea varios retos. En primer lugar, el conflicto territorial sigue siendo un obstáculo para la cooperación económica entre Rusia y Japón. Aunque en la última década se han explorado proyectos conjuntos de desarrollo pesquero y turístico, la falta de un acuerdo de soberanía limita cualquier avance significativo.

En segundo lugar, la creciente rivalidad entre Estados Unidos, China y Rusia en el Pacífico complica aún más la situación. Japón, como aliado estratégico de Washington, difícilmente podrá negociar con Moscú sin tener en cuenta los intereses estadounidenses. Al mismo tiempo, Rusia considera el archipiélago un bastión defensivo frente a la OTAN y la presencia militar norteamericana en Asia.

Finalmente, el cambio climático y la apertura progresiva de rutas marítimas en el Ártico aumentan el valor geoestratégico de la región. El archipiélago podría convertirse en un punto de tránsito clave para el comercio global, lo que refuerza la determinación rusa de mantener su control.

La invasión soviética de las islas kuriles puede interpretarse desde múltiples ángulos. Desde la perspectiva soviética, fue una operación legítima, avalada por los acuerdos de Yalta y necesaria para garantizar la seguridad en el Pacífico norte. Desde la óptica japonesa, fue una anexión injusta que prolonga hasta hoy una herida histórica. Y desde un punto de vista internacional, fue un ejemplo de cómo las decisiones tomadas en el marco de la Segunda Guerra Mundial siguen condicionando la política global.

A nivel geopolítico, la disputa demuestra la dificultad de reconciliar intereses estratégicos con aspiraciones diplomáticas. Japón necesita mantener su alianza con Estados Unidos, lo que limita su margen de maniobra frente a Rusia. Moscú, por su parte, percibe cualquier concesión como una señal de debilidad en un contexto de rivalidad global. El resultado es un estancamiento prolongado, donde las islas se convierten en piezas de un tablero mucho más amplio que incluye la seguridad en el Pacífico, el ascenso de China y la apertura del Ártico.