¿La objetividad de la ciencia?

por | PENSAMIENTO POLÍTICO

La objetividad de la ciencia ha sido, desde sus orígenes, una de las grandes aspiraciones del conocimiento humano. La idea de que existe un método capaz de ofrecernos verdades universales, independientes de la opinión o del contexto, ha marcado profundamente la historia de la modernidad.

Ciencia y experimentación

Ciencia y experimentación

Sin embargo, junto a esa aspiración, siempre ha convivido la sospecha de que la ciencia, como toda actividad humana, está atravesada por intereses, limitaciones y subjetividades. Para comprender este debate, es necesario retroceder al momento en que la ciencia moderna comenzó a gestarse: la revolución científica.

La revolución científica y el nacimiento de la ciencia moderna

La llamada revolución científica no fue un acontecimiento puntual, sino un proceso prolongado que transformó radicalmente la manera en que los seres humanos se relacionaban con la naturaleza. Entre los siglos XVI y XVII, Europa vivió un cambio de paradigma que rompió con la tradición aristotélica y escolástica, dominante durante siglos en las universidades medievales.

Hasta entonces, el conocimiento se basaba en la autoridad de los textos antiguos y en la interpretación teológica de la Iglesia. La observación empírica tenía un papel secundario, pues se consideraba que la verdad ya estaba revelada en los libros sagrados o en los tratados de los grandes filósofos. Sin embargo, el Renacimiento abrió la puerta a una nueva mentalidad: el redescubrimiento de la naturaleza, el interés por la experimentación y la confianza en la capacidad humana para comprender el mundo sin intermediarios.

En este contexto, Nicolás Copérnico propuso en 1543 su modelo heliocéntrico, que situaba al Sol en el centro del universo y desplazaba a la Tierra de su posición privilegiada. Este cambio no era solo astronómico, sino también filosófico y teológico: cuestionaba la visión del cosmos heredada de la Antigüedad y aceptada por la Iglesia.

Poco después, Galileo Galilei utilizó el telescopio para observar los cielos y descubrió montañas en la Luna, satélites en Júpiter y fases en Venus, pruebas que confirmaban el heliocentrismo. Galileo defendió la importancia de la experimentación y de las matemáticas como lenguajes privilegiados para descifrar la naturaleza.

Johannes Kepler, por su parte, formuló las leyes del movimiento planetario, mostrando que las órbitas no eran circulares, como se creía, sino elípticas. Finalmente, Isaac Newton sintetizó en su Principia Mathematica (1687) las leyes del movimiento y la gravitación universal, ofreciendo una visión unificada del cosmos que combinaba observación, experimentación y formulación matemática.

La revolución científica, por tanto, no fue solo un conjunto de descubrimientos, sino la instauración de un nuevo modo de conocer: la ciencia moderna. Su objetivo era alcanzar un conocimiento objetivo, verificable y universal, capaz de trascender las opiniones individuales y las creencias particulares.

Qué es la ciencia

Definir qué es la ciencia implica reconocer su carácter dinámico y plural. No existe una única definición aceptada por todos, pero podemos entenderla como un sistema de conocimientos que busca explicar y predecir fenómenos mediante la observación, la experimentación y el razonamiento lógico.

La ciencia no es solo un conjunto de teorías acumuladas, sino también un método y una comunidad. Es un proceso colectivo en el que los resultados deben ser replicables y verificables por otros investigadores. Esta dimensión comunitaria es esencial: lo que convierte a un conocimiento en científico no es únicamente su coherencia interna, sino su capacidad de ser sometido a crítica y de resistir la prueba de la experiencia.

El filósofo Karl Popper subrayó que la ciencia se distingue de la pseudociencia por la falsabilidad: una teoría científica debe poder ser refutada por la experiencia. Si no existe la posibilidad de demostrar que una hipótesis es falsa, entonces no estamos ante ciencia. Por otro lado, Thomas Kuhn mostró que la ciencia no avanza de manera lineal, acumulando verdades, sino a través de paradigmas que se consolidan y, en momentos de crisis, son reemplazados por otros. Esto significa que la ciencia está atravesada por rupturas, debates y revoluciones internas.

En definitiva, la ciencia es un modo de conocimiento que combina rigor metodológico, evidencia empírica y crítica colectiva. Pero también es una práctica humana, con todas las limitaciones y condicionamientos que ello implica.

El método científico y la objetividad de la ciencia

El método científico es el corazón de la ciencia moderna. Se trata de un procedimiento diseñado para minimizar los sesgos individuales y garantizar que los resultados no dependan de la opinión personal del investigador. Aunque existen variaciones según las disciplinas, el esquema básico incluye: la observación de un fenómeno, la formulación de hipótesis, la experimentación controlada, el análisis de resultados y la elaboración de conclusiones.

Lo que distingue al método científico es su carácter iterativo y autocorrectivo. Una hipótesis no se convierte en verdad definitiva, sino que debe ser puesta a prueba una y otra vez, en distintos contextos y por diferentes investigadores. La replicabilidad es un criterio fundamental: si un experimento no puede ser reproducido, sus resultados pierden validez.

En este sentido, la ciencia aspira a la objetividad: busca que el conocimiento no dependa de quién lo produce, sino de la evidencia. Sin embargo, esta aspiración no significa que la ciencia sea completamente objetiva.

La subjetividad de la ciencia y los límites de su objetividad

Aunque la ciencia se presenta como objetiva, numerosos filósofos e historiadores han mostrado que existe una subjetividad de la ciencia que no puede ignorarse. Esta subjetividad no significa que la ciencia sea arbitraria o falsa, sino que está condicionada por factores humanos, sociales y culturales.

Las teorías científicas no surgen en el vacío: responden a contextos históricos concretos y a problemas específicos. El heliocentrismo de Copérnico, por ejemplo, no fue solo un descubrimiento astronómico, sino también una respuesta a un clima cultural que buscaba nuevas formas de interpretar el cosmos. Del mismo modo, la financiación de la investigación, los intereses políticos o industriales influyen en qué temas se investigan y cuáles se dejan de lado.

Además, los científicos trabajan dentro de paradigmas conceptuales que determinan qué preguntas son relevantes y qué métodos son aceptables. Como señaló Kuhn, la ciencia no es un espejo pasivo de la realidad, sino una construcción mediada por categorías y lenguajes. A esto se suman los sesgos cognitivos: los investigadores, como cualquier ser humano, pueden estar influidos por prejuicios, expectativas o intereses personales.

Experimento científico

Experimento científico

Por estas razones, se afirma que la ciencia no es del todo objetiva. Su conocimiento es provisional: lo que hoy se considera verdad puede ser refutado mañana. También está influida por intereses externos, como la industria farmacéutica o la investigación militar, que condicionan la producción científica. Y, como han mostrado autores como Bruno Latour, los hechos científicos no son simplemente descubiertos, sino también construidos en laboratorios, negociaciones y consensos.

Esto no significa que la ciencia carezca de valor, sino que su objetividad es siempre relativa y perfectible. Lo que la distingue es que posee mecanismos de autocorrección: la crítica, la revisión por pares, la replicación de experimentos y la apertura al debate.

La desconfianza hacia la ciencia

En las últimas décadas, ha crecido la desconfianza hacia la ciencia en amplios sectores de la sociedad. Una de las razones es la complejidad creciente del conocimiento científico. A medida que las disciplinas se especializan, el lenguaje técnico se vuelve inaccesible para la mayoría de la población. Esto genera una brecha entre los expertos y el público general, que puede percibir la ciencia como un discurso elitista, alejado de la vida cotidiana.

A ello se suma el impacto ambivalente de la tecnología. La ciencia ha traído avances extraordinarios en medicina, comunicaciones y transporte, pero también ha producido armas de destrucción masiva, contaminación ambiental y riesgos éticos asociados a la manipulación genética.

Otro factor clave es la difusión de desinformación en la era digital. Las redes sociales han multiplicado la circulación de teorías conspirativas y pseudociencias que cuestionan la validez de la ciencia. Movimientos antivacunas, negacionistas del cambio climático o promotores de terapias sin base empírica encuentran un terreno fértil en la desconfianza hacia las instituciones científicas.

Lo positivo de la ciencia

  • Avances en la salud: La investigación científica ha permitido aumentar la esperanza de vida mundial de unos 35 años en el siglo XIX a más de 72 en la actualidad (OMS, 2021). Vacunas, antibióticos y técnicas quirúrgicas han salvado millones de vidas.
  • Mejora de la calidad de vida: La electricidad, el transporte moderno, las telecomunicaciones y la informática son frutos de la ciencia aplicada a la tecnología.
  • Capacidad predictiva: La ciencia permite anticipar fenómenos naturales como huracanes o terremotos, diseñando estrategias de prevención que salvan vidas.
  • Conocimiento universal: Un experimento replicado en Japón o en Argentina debe dar los mismos resultados, lo que convierte a la ciencia en un lenguaje común de la humanidad.
  • Autocrítica y progreso: A diferencia de otros sistemas de creencias, la ciencia incorpora la posibilidad de estar equivocada y de corregirse, lo que la hace dinámica y abierta.

Lo negativo de la ciencia

  • Instrumentalización bélica: La misma física que permitió comprender el átomo dio lugar a la bomba nuclear. La biología, que estudia la vida, ha sido usada para desarrollar armas biológicas.
  • Impacto ambiental: El desarrollo industrial, basado en la ciencia y la tecnología, ha generado contaminación, pérdida de biodiversidad y cambio climático.
  • Desigualdad en el acceso: Los beneficios de la ciencia no se distribuyen de manera equitativa. Mientras algunos países disfrutan de tecnologías avanzadas, otros carecen de acceso a medicamentos básicos.
  • Dependencia tecnológica: La sociedad actual depende de sistemas tecnológicos complejos que, en caso de fallo, pueden generar crisis globales.
  • Riesgos éticos: La manipulación genética, la inteligencia artificial o la biotecnología plantean dilemas morales que la ciencia, por sí sola, no puede resolver.

La objetividad de la ciencia es una aspiración, no una realidad absoluta. La revolución científica nos legó un método poderoso para conocer el mundo, pero también nos mostró que el conocimiento humano siempre es provisional y perfectible. La ciencia es objetiva en su intención, pero subjetiva en su práctica. Reconocer esta dualidad no significa debilitar la confianza en la ciencia, sino fortalecerla, porque nos recuerda que el conocimiento es una construcción colectiva, abierta a la crítica y al cambio.

En última instancia, la objetividad de la ciencia no depende solo de sus métodos, sino también de la sociedad que la produce y la utiliza. La confianza en la ciencia se construye no solo con datos y experimentos, sino con transparencia, ética y compromiso con el bien común.