¿Cómo se produjo la conquista de América?

por | POLÍTICA INTERNACIONAL

La conquista de América es uno de los procesos históricos más transformadores y complejos de la humanidad. No fue un evento súbito, sino la culminación de una serie de factores que convergieron a finales del siglo XV, impulsando a la corona hispánica y a un grupo de hombres audaces a cruzar un océano hacia lo desconocido.

Ilustración de la conquista de América

Ilustración de la conquista de América

Para comprender la magnitud de la aventura transatlántica, es imprescindible mirar hacia la Península Ibérica de 1492. España, recién unificada bajo el reinado de los Reyes Católicos, Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón, era una nación forjada en la guerra. La conclusión de la Reconquista con la toma de Granada ese mismo año no solo significó la expulsión del último reino musulmán de su territorio, sino que también dejó a una sociedad con una profunda inercia militar y un fervor religioso exacerbado. La figura del hidalgo, un noble de segunda categoría con más aspiraciones que fortuna, se encontraba sin un propósito claro. Estos hombres, entrenados para la batalla y movidos por un deseo de riqueza, honor y servicio a Dios, constituían una fuerza social expansiva que necesitaba una nueva frontera. La conquista de América les ofrecería precisamente eso: un nuevo mundo donde forjar su propio destino.

En el plano internacional, el panorama era igualmente propicio para la búsqueda de nuevas rutas. La caída de Constantinopla en 1453 a manos del Imperio Otomano había cerrado las vías comerciales tradicionales con Oriente, encareciendo productos de lujo como las especias, la seda y los metales preciosos. Portugal, la gran potencia naval de la época, había tomado la delantera explorando la costa africana en busca de una ruta alternativa hacia las Indias. Este avance portugués generaba una intensa rivalidad con Castilla. La corona hispánica, por tanto, necesitaba urgentemente un proyecto propio que le permitiera competir por el control del comercio global. En este tenso escenario geopolítico, la audaz propuesta de un navegante genovés llamado Cristóbal Colón, que defendía la posibilidad de llegar a Asia navegando hacia el oeste, pasó de ser una idea descabellada a una apuesta estratégica de un valor incalculable. Aunque sus cálculos sobre la circunferencia de la Tierra eran erróneos, su visión ofreció a España la oportunidad que estaba buscando para superar a su rival lusitano.

El choque inicial y la colonización de América

El 12 de octubre de 1492, cuando la expedición de Cristóbal Colón desembarcó en la isla de Guanahaní, en las actuales Bahamas, no solo se produjo el “descubrimiento de América” para los europeos, sino el inicio de un encuentro violento y desigual. Los primeros contactos con los pueblos taínos del Caribe estuvieron marcados por el asombro mutuo, pero también por la incomprensión y la codicia de los recién llegados. El principal objetivo era encontrar oro, y esta obsesión derivó rápidamente en la explotación y el sometimiento de las poblaciones locales. El sistema de la encomienda, teóricamente diseñado para proteger y cristianizar a los indígenas a cambio de su trabajo, se convirtió en la práctica en una forma de esclavitud encubierta.

El factor más devastador, sin embargo, fue biológico. Los europeos introdujeron en el continente virus y bacterias —como la viruela, el sarampión y la gripe— para los cuales los sistemas inmunológicos de los nativos no tenían defensa alguna. Se estima que, en las primeras décadas, la población del Caribe se redujo en más de un 90%, un colapso demográfico sin precedentes que facilitó enormemente el avance español. La brutalidad del trato y las enfermedades crearon una «leyenda negra» que, si bien fue utilizada como propaganda por los enemigos de España, tenía una innegable base real. Figuras como el fraile dominico Bartolomé de las Casas alzaron su voz para denunciar las atrocidades, generando en la metrópoli intensos debates morales y teológicos, como la famosa Controversia de Valladolid, sobre la naturaleza y los derechos de los indígenas. Pese a estos debates, la dinámica de explotación ya estaba en marcha y sería el modelo a seguir en la expansión por el continente.

Estrategias y alianzas en la conquista de América

La narrativa tradicional que presenta a un puñado de conquistadores sometiendo a imperios de millones de habitantes es una simplificación que ignora el factor más determinante del éxito español: su habilidad para explotar las divisiones políticas internas de los grandes estados precolombinos. La conquista de América no fue solo una lucha entre españoles e indígenas, sino, en muchos casos, una guerra de «indígenas contra indígenas» con la participación española como catalizador. El caso más paradigmático es el de Hernán Cortés y la caída del Imperio Azteca (o Mexica) entre 1519 y 1521. El dominio mexica sobre otros pueblos de Mesoamérica se basaba en un sistema de tributos y terror que generaba un profundo resentimiento. Cortés, con una notable astucia política, supo identificar estas fisuras y forjar una alianza crucial con los tlaxcaltecas, enemigos acérrimos de los aztecas, y otros pueblos sometidos como los totonacas. Sin el apoyo militar masivo de estos aliados indígenas, que vieron en los españoles una oportunidad para liberarse del yugo de Tenochtitlán, la conquista de la capital azteca habría sido impensable.

Colón y su hijo en el convento de La Rábida

Colón y su hijo en el convento de La Rábida

Un patrón similar se repitió en la conquista del Imperio Inca por parte de Francisco Pizarro a partir de 1532. Pizarro llegó a Perú en un momento de máxima debilidad para el Tahuantinsuyo: una sangrienta guerra civil acababa de enfrentar a los dos hijos del anterior emperador, Huáscar y Atahualpa. Pizarro aprovechó este conflicto para capturar a Atahualpa en Cajamarca, descabezando la estructura de poder incaica y sumiendo al imperio en el caos. A esta estrategia política se sumaba una ventaja tecnológica innegable: las armas de acero, las armaduras, los caballos y las armas de fuego, aunque escasas, tenían un impacto psicológico y táctico desproporcionado contra las armas de madera, piedra y obsidiana de los ejércitos nativos. La combinación de diplomacia, engaño, superioridad tecnológica y, sobre todo, la explotación de las rivalidades locales fue la fórmula que permitió a grupos reducidos de españoles derrocar a las dos estructuras estatales más poderosas de la América precolombina.

La imposición de un nuevo orden: virreinatos y cristianismo

Una vez consolidadas las conquistas militares, la corona hispánica se enfrentó al desafío de administrar un territorio inmenso y diverso. Para ello, implementó una robusta estructura burocrática destinada a centralizar el poder y asegurar el flujo de riquezas hacia la metrópoli. El territorio se dividió en virreinatos, siendo los más importantes el de Nueva España (fundado en 1535, con capital en México) y el de Perú (fundado en 1542, con capital en Lima). Al frente de cada uno se situaba un virrey, representante directo del rey, que ostentaba el máximo poder político y militar. Por debajo de él, las Reales Audiencias funcionaban como tribunales de justicia y órganos consultivos, mientras que una red de gobernadores y corregidores administraba las provincias. Todo este entramado era supervisado desde España por el Consejo de Indias, el organismo que legislaba sobre todos los asuntos relacionados con el Nuevo Mundo.

Paralelamente a la conquista política y económica, se llevó a cabo una «conquista espiritual». La evangelización de los pueblos indígenas fue una justificación central de la empresa colonial y una prioridad para la corona. Órdenes religiosas como los franciscanos, dominicos y agustinos desplegaron una intensa labor misionera, aprendiendo las lenguas nativas para predicar el evangelio y erradicar las que consideraban «idolatrías». Este proceso, sin embargo, no fue una simple sustitución de unas creencias por otras. En la práctica, se produjo un complejo fenómeno de sincretismo religioso, donde muchos elementos de las cosmovisiones indígenas sobrevivieron fusionándose con el catolicismo. Deidades precolombinas fueron asimiladas a santos cristianos, y ritos ancestrales se adaptaron a las nuevas ceremonias. El ejemplo más famoso es el de la Virgen de Guadalupe en México, cuya devoción se superpuso al culto de la diosa madre azteca Tonantzin en el cerro del Tepeyac. La imposición del cristianismo fue, por tanto, un proceso de negociación cultural que, si bien destruyó muchos aspectos de las religiones originarias, también dio lugar a una nueva y vibrante religiosidad mestiza.

El descontento criollo y el camino hacia la independencia

Durante tres siglos, el imperio español en América se mantuvo relativamente estable, pero en su seno se fue gestando la semilla de su propia disolución. La sociedad colonial era una rígida pirámide de castas en cuya cúspide se encontraban los «peninsulares», los españoles nacidos en España. Justo por debajo de ellos estaban los «criollos», los descendientes de españoles nacidos en América. A pesar de poseer un gran poder económico, controlando haciendas y minas, los criollos se veían sistemáticamente excluidos de los altos cargos de la administración virreinal, la Iglesia y el ejército, que estaban reservados para los peninsulares. Este trato discriminatorio generó un profundo resentimiento y un creciente sentimiento de identidad propia, una conciencia de ser «americanos» y no europeos.

Este descontento encontró un marco ideológico en las ideas de la Ilustración, que promovían la soberanía popular, la libertad y la igualdad de derechos. La exitosa independencia de las Trece Colonias norteamericanas (1776) y la Revolución Francesa (1789) demostraron que era posible derrocar el antiguo orden monárquico y establecer gobiernos republicanos. El detonante final fue la crisis de la monarquía española en 1808, cuando Napoleón Bonaparte invadió España y forzó la abdicación del rey Fernando VII. Este vacío de poder fue la oportunidad que los criollos estaban esperando. A lo largo de todo el continente, formaron juntas de gobierno locales, inicialmente en nombre del rey cautivo, pero que pronto se convirtieron en el embrión de los movimientos independentistas. Liderados por figuras como Simón Bolívar, José de San Martín, Miguel Hidalgo y otros, los criollos tomaron las armas para romper definitivamente los lazos con una metrópoli que sentían que los había relegado durante demasiado tiempo. La conquista de América, iniciada por hombres que buscaban fortuna y gloria para la corona hispánica, terminó así a manos de sus propios descendientes, que lucharon por crear sus propias naciones.